ARTES VISUALES, ARQUITECTURA, LITERATURA, PENSAMIENTOS

ON ARCHITECTURE, VISUAL ARTS, LITERATURE AND MORE...

Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.

lunes, 24 de febrero de 2014

VARADO



Tal vez todo hubiera sido diferente si Martín le hubiera dicho ese día que la amaba. Cuánto habría dado por animarse a sacar esas palabras de su boca atragantada de saliva viscosa. Martín se quedó con la boca tapada con un gigante “maskin”, de esos que nunca lastiman mucho cuando se pegan al pelo. Sólo logró sacar un pequeño ruidito de grillo que ella nunca logró descifrar. Ella siguió su camino y a dos cuadras dobló hacia la derecha y terminó llegando a su casa. La puerta era blanca, de metal, y estaba algo oxidada. Los años le habían quitado la pintura. Martín se fijó en qué casa entró y grabó esa imagen en su cabeza, ahora seguro de que ya no iba a haber problemas, que iba a ir al día siguiente con un ramo enorme de flores, globos, payasos y acróbatas para que, entre todos, con un cuarteto de cuerdas, le dediquen un aria cantada por un profesional. Sí, eso es lo que pensó Martín. Planeaba en su cabeza una sorpresa para despertar el amor de Ludmila.

Tal vez todo hubiera sido diferente si Martín hubiera podido encontrar un cuarteto de cuerdas que pueda acompañar a un cantante profesional interpretando un aria. Uno de esos que cantan altos y bajos, que saben todas las técnicas del mundo y que, además, pueden ser espontáneos. Uno que sepa alemán, francés, inglés, latín, español y por supuesto portugués, para que así, pueda cantar cualquier aria sin sonar falso. Hubiera sido diferente. Si los payasos aparecieran de la nada en la calle danzando y los malabaristas entreteniendo a la gente con sus juegos, entonces los niños hubieran saltado de sus casas y danzado junto a todos esos colores, moviéndose. Los del cuarteto se habrían sacado sus ternos negros aburridos y tendrían ahora unas ropas acordes a la felicidad de la calle. Entonces, todos danzando, habrían ido a casa de Ludmila y habrían tocado la puerta blanca oxidada. También habrían aparecido mimos y gitanos que escupen fuego. Los transeúntes mirarían extrañados al grupo festivo de gente atravesar la calle. Y Martín habría estado al frente de la banda, llevando un papel.

Tal vez todo hubiera sido diferente si Martín hubiera podido escribir una carta perfecta para Ludmila. Una que no tenga detalles muy melosos; una que sea sincera y contundente, que tenga melodía y cuerpo. Una buena carta, sin nada banal, llena de emociones. Esa carta que nunca pudo escribir. La habría puesto en un sobre especial que fabricaría para que sirva de la perfecta portada. Después pensó que mejor sería leerle la carta, entonces decidió no llevar ya el sobre. Luego dudó de nuevo y pensó que le podría entregar el sobre y la carta luego de leerla. Si hubiera podido escribirla sería más fácil acercársele. Los basureros se llenaron de papeles arrugados, unos con muchas líneas, otros con menos. Papeles vacíos. Papeles que decían Ludmila. Otros que tenían dibujos dorados. Pensó que, si hubiera sido artista, le habría dibujado un lindo cuadro en el papel y luego encima habría escrito la carta. Si fuera músico habría sido más fácil: sólo tendría que cantar la carta. Cómo hubiera querido poder tocar la guitarra en ese momento. Luego, ella habría bajado sorprendida con tan hermosa canción de amor y lo habría abrazado y dicho que ella siempre lo amó y que él era lo mejor que le había pasado. Él habría hecho a un lado la guitarra, que habría comprado en una tienda de música muy cara, y la habría besado en la boca apasionadamente. Habrían podido mezclar sus lenguas y entrelazarlas. Jugar con ellas y con la saliva de ambos. Se habrían visto el uno al otro y pensado que estaban en un limbo extraño, que sólo era de los dos. A lo lejos, se escucharían todavía el sonido de las cuerdas y de los niños riendo, el sonido perdiéndose a medida que los dos se alejaban.

Cómo le hubiera gustado poder simplemente saludarla el día que se cruzaron en la calle y que ella, con su sonrisa fulminante, le habría dicho que la podía acompañar a pasear. Entonces habrían podido hablar de todos los temas que uno pueda imaginarse. Él le habría contado que sabía tocar la guitarra y que había compuesto algunas canciones. Habría podido mostrarle el cambio de color en las fachadas grises cuando llega el atardecer: cómo pasan de un gris opaco a un dorado, cómo de un momento a otro todas las casas monótonas empiezan a cobrar vida y encanto propio. Le habría enseñado a mirar desde una colina cómo los cerros y toda la ciudad se tiñen de diferentes tonalidades naranjas. Habrían visto también el cielo retroceder y perderse en un velo oscuro. Entonces, ella le habría contado de las penas que tenía que sufrir en su casa con su papá enfermo y él la habría consolado. Eso habría sido tan lindo. Poder decirle que lo sentía mucho y que estaba para apoyarla en todo. Si tan sólo le hubiera saludado…

Todo sería tan distinto.

Tal vez, sólo tal vez, ella le hubiera insinuado que quisiera casarse. Y él, con los ojos todavía llorosos, con la imagen de ella entrando a la iglesia y luego dándole el beso de la unión eterna, la habría abrazado de tal manera que ella entendiera lo que él pensaba.

Todo sería tan diferente. Él no habría lamentado el día en que Ludmila terminó casándose con el idiota de Jacinto Rodríguez. Y Martín, ahogado en su tormento,  no se habría concentrado en una profesión gris y sin luces. Hundido en el fondo de lo cotidiano, recordaría la imagen difusa de Ludmila.

Se quedó sentado frente a la televisión dejando la vida pasar. Vida, que hace tiempo partió en otro tren. Al no encontrar otro, él se dejó estar, varado en un mundo para Ludmila.


Sus ojos son muy lindos, se dijo Ludmila para sus adentros. Le dijeron que se llamaba Martín. Se cruzó con el muchacho que vivía cerca de su casa y luego siguió su camino.





Santiago Contreras Soux, Febrero 2008. 

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