ARTES VISUALES, ARQUITECTURA, LITERATURA, PENSAMIENTOS

ON ARCHITECTURE, VISUAL ARTS, LITERATURE AND MORE...

Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.

lunes, 24 de febrero de 2014

Carmela




Todas las noches el hombre despertaba con una extraña sensación de no pertenecer a ese lugar. Veía los coches pasar corriendo por su ventana y se preguntaba para qué servían en realidad. Veía a la gente pasear y le pasaba por la mente una sola pregunta concreta: ¿Qué será de Carmela?

Recuerdo el nombre de Carmela. Cada día se me pasa por la cabeza la vez que la conocí. Sus ojos claros y su pelo castaño. Era baja y algo regordeta. Siempre tuve un gusto especial por ellas. Bianca, Flora, Angélica, Lourdes, Agustina, Jacinta, Florencia, Luisa, Pacesa, Clotilde, Carlota, la “Loli”, Arminda, Dora... Muy pocas personas realmente lograron entrar en mi alma como lo hizo Carmela.

Ella trabajaba en una cantina en la calle Linares y yo siempre merodeaba ese lugar para cubrir mis investigaciones sociológicas. Solía frecuentar esos bares y cantinas y tenía un gusto especial por la cantina en que trabajaba Carmela.
Iba todos los jueves, en hora, para sentarme en la barra y charlar con Carmela. Siempre pedía el mismo trago cinco veces: chuflay. Me encanta el singani; me produce un enriquecedor y empalagoso sabor que se mantiene en mi boca por muchas horas. Claro está, que al día siguiente sufro de terribles dolores de cabeza y brazos.
Las charlas con Carmela no pasaban nunca de un “Buenas noches, ¿me puede dar un vaso de singani?”  “Claro que sí, ¿cómo lo prefiere, con sprite o con jugo de naranja? Ah muy bien entonces se lo preparo”. Al rato, yo le respondía: “gracias y cóbrese”. Al salir del bar yo siempre le pedía que me consiga un taxi y ella me acompañaba a conseguir uno. Al despedirme le daba las gracias y partía a mi casa con la frustración de siempre.
Mi matrimonio con Carmela fue duradero y muy lindo. Ella estaba parada junto a su difunto padre en una iglesia en la cima de una colina en el altiplano. Yo la miraba y ella me respondía siempre con la sonrisa más linda que conocí en mi vida. Llegaron los hijos y los nietos. Hubo viajes y hubo momentos de grata compañía en nuestro departamento de Sopocachi.

El hombre siempre despertaba con la misma melancolía de haber soñado lo que nunca pudo tener.

Un día, Carmela dejó de ir al bar. Yo pregunté a muchas personas en todas las cantinas, pero de ninguna de ellas recibí una respuesta certera acerca de su paradero. Sólo supieron decirme “desapareció y no sabemos a donde fue a parar”.  Nadie la vio irse. Nadie logró encontrarla. “La Carmela se fue”, me dije para mis adentros. Sin una sonrisa, sin poder decirle te amo, sin poder abrazarla. Sin siquiera poder darle un beso de despedida.

Nunca se atrevió a ser sincero consigo mismo. ¡Cuántas veces quiso acercarse más a ella! Quiso poder luego retenerla en la mente. Pasaron los años y el hombre se perdió en una soledad absoluta. Sus recuerdos le sirvieron de largos pasillos en los que se extraviaba entre imágenes y fotogramas. Mantuvo su voz grabada en una grabadora de papel. Se extravió entre los juegos y el singani que ella solía servirle.

¡Oh, Carmela!

La cocina también te extraña, esposa mía. El día que desapareciste con las nubes me quedé esperando toda una eternidad. En ella te espero y en ella te añoro. Los niños están bien y ya han crecido. En la casa he mantenido tu sillón preferido en su lugar de siempre. Cada vez que limpio la casa recorro tus olores que todavía quedan impregnados en el polvo. No me digno a tocarlos.
El altar en el que te mantengo, espera todavía a que lo recojas y lo guardes a tu gusto. Te extraño en esas tus maneras de guardar las cosas. La calle sigue siendo aún un espacio vacío sin ti. En la cantina ya casi te han olvidado. Nadie ya recuerda como servir el singani correctamente, los tuyos tenían una mezcla perfecta. La dosis exacta de singani, el ginger ale y algo de limón. Sólo tú sabías como se preparaba. Mi vaso sigue ahí colocado en la barra esperando ser llenado con tu genio.

Todas las noches dejo la puerta abierta esperando que quizás algún día logres atravesarla y llegar a casa por fin.

Su mente se ofusca cada vez que piensa en ella. Incluso cuando piensa en aquella noche de verano. Era la noche perfecta. El día perfecto. El momento adecuado. El anillo…

¡No, no lo hagas Marcos! Marcos…
¡No, Marcos por favor! ¡Suéltame! ¡Déjame ir!

Sigo guardando el anillo que prometí darte esa noche. Sé que el que te mostré no era muy lindo, pero ahora he ahorrado y ya tengo uno mucho más brillante que combina perfectamente con tu lindo vestido blanco. Tendremos que trabajar en esa mancha roja que nunca logré sacar. Mientras tanto seguiremos tú y yo, juntos hasta la eternidad mi hermosa Carmela. 

La luz se agotó en la calle Sagárnaga. Los faroles se apagaron y la figura del hombre con las manos mojadas se perdió entre los patios de las casas. Unas delgadas líneas húmedas brillaron en la oscuridad mientras circulaban hacia el río. Reflejaban una luz tenue color rojizo.



El hombre aparece de entre las sombras de su apartamento y reemplaza el anillo antiguo por uno nuevo y luminoso en el anular putrefacto y momificado de Carmela. Coge el vaso vacío de singani y brinda por su eterna felicidad.



Santiago Contreras Soux, Mayo 2008

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