ARTES VISUALES, ARQUITECTURA, LITERATURA, PENSAMIENTOS

ON ARCHITECTURE, VISUAL ARTS, LITERATURE AND MORE...

Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.

lunes, 24 de febrero de 2014

La Tranca



Partieron cinco personas de la gran ciudad; todos ellos viajaban hacia Colchani, una distante población perdida en el fondo del altiplano. Habían empacado un día entero todas sus pertenencias para buscar lugar en la casa olvidada de sus ancestros. Era un viaje muy importante. Todos estaban emocionados; el viaje al pueblo del que habían venido años atrás, cuando todavía eran muy pequeños, se había convertido en el tema de conversaciones, discusiones, peleas y disputas de la pequeña familia.

Otras ocho personas partieron esa noche. Todos viajaban a Colchani. Iban en una flota último modelo, de esas que se fabricaban en la ciudad. 

Tres mujeres también partieron aquella noche rumbo a Colchan; las tres eran destellantes. Hermosas muchachas, se comentó en la estación de autobuses, cuando ellas se despedían cariñosamente de los espectadores que, asombrados, las veían desde la plataforma en que se colocan los equipajes.

En la tranca la vida es dura; si uno no se aviva, entonces los fantasmas del altiplano se lo comen a uno, Pusimos el aviso por primera vez en 1955. Corrían los tiempos de la Revolución Nacional, así que nadie le dio mucha importancia. Ni siquiera los mismos campesinos vecinos. En la tranca hay que pagar el peaje, sino mejor no se viaja.

La soledad en la que vivimos nos ha hecho perder la percepción del tiempo, que vaga lento y alicaído por estos parajes. Lo último que sucede acá es la vida. Hemos dejado de conocerla, la hemos olvidado. Ya no recordamos como era…

Encajonados estamos, sin nadie y con todo… Somos del altiplano y somos del viento. Somos de la tranca.
El yermo penumbroso nos rodea y nos disipa. Nos fatiga y nos vacía. En la tranca todo es vano, todo es inútil, nos destruye.
Los tontos de la ciudad avanzan siempre orgullosos de los avances de sus tecnologías y de sus músicas. Se ríen del que no logra encontrar su pedazo de ciudad. Vagan fragmentados y dispersos. Pero ellos, ellos no saben que en la tranca el viento pega más fuerte.
Parten todos los años en diciembre cuando la alfombra verde comienza a surgir. No se detienen a verla, pasan con los ojos vendados. Capturados por las películas de los buses y los aparatos de música. Con caras enfermizas que albergan pena en sus corazones. Sin emociones ni sentimientos. Usan estos caminos todo el tiempo y no saben a dónde van, ni de dónde vienen.
Nosotros en la tranca sí sabemos. Es hora de cobrar el peaje.

Una nube oscura se asienta sobre el valle, al fondo se ve un caminito serpenteante que lleva al fondo del río. El camino es de tierra, pero le han crecido una gran cantidad de flores de diferentes colores y matices. ¡Son de colores! Y cubren todo el camino. Unas oscuras y negras llantas pasan por encima, pisándolas. Nadie se da cuenta del horror de los observadores.

Todos los días comemos una ración exacta de las reservas que se guardan en las despensas. Por las noches se oyen gruñidos y rasquidos en las puertas vecinas. Vemos sombras deslizarse con sigilo. Les molesta la luz. Vienen cada año. Tocan nuestra puerta. No respondemos. Intentan atravesarla; la reforzamos. Estamos aislados definitivamente. En la tranca no hay salvación.

Hemos hecho lo que nos han pedido, exactamente lo que nos han pedido. Lo cumplimos cada año. Es sólo cuestión de mover el cartel. Ese cartel tan viejo y oxidado que al Servicio Nacional se le ha olvidado cambiar. Ese cartel tan viejo nosotros lo arreglamos y pintamos con pintura especial cada año. Debe ser visible de noche si no, no sirve.

La tranca no atiende esa noche, espera en silencio hasta que despierta la mañana. Esa noche los pájaros no cantan y las flores se esconden. Nadie quiere ver.

Se hizo de noche y el bus que los llevaba entró a un valle más oscuro que cualquier otro, las luces se hicieron pesadas, dejándose vencer por la presencia de aquella neblina espesa. Trataban de regresar a sus focos ahuyentadas por algo extraño. Escapaban del aire, buscaban refugio. Nadie les dijo acerca de esa parte.
Llegaron a un cartel, era amarillo. Brillante. Había desvío por derrumbe, la ruta había cambiado.

A lo lejos ya se ven las primeras luces, las asustadas, y dentro de ese automóvil hemos logrado ver a tres hermosa mujeres. Y nosotros tan solos, sin mujer ni nada. Carcomidos por nuestras pesadillas. Llegan al cartel y doblan.
En la tranca todos esperamos callados, esperando que les satisfaga. Esperando poder complacerlos.
Son muy exigentes.
Este año esperamos que todo salga bien, como ha sido desde el principio. Nunca nos han lastimado.

El bus entró a un valle cada vez más angosto, al fondo apareció una luz gigante, enorme. Se asustaron. Tan fuerte era aquella forma que los cegó por un instante. La luz se apagó. De las tinieblas aparecieron unas figuras espantosas, mugrientas. Negras…

El bus se estremeció y el chofer dio media vuelta bruscamente.

Nunca nadie había reaccionado así. Nunca de forma tan veloz.
¡Del valle provienen gritos! ¡Han escapado! ¡Mierda!

Las sombras se deslizan hacia nosotros. Esperamos pacientes nuestra hora. Estamos varados, atascados. Nadamos en nuestro ataúd. Las sombras se aproximan.
Ya están aquí…

Las sombras ingresaron al recinto. De la tranca nadie podía nunca escapar y menos el que no paga peaje. Los gritos agonizantes de aquellos hombres retumbaron en la tranquilidad de la noche. El olor a muerte explotó saliendo del edificio precario de adobe, esparciéndose por el valle amplio. El camino, antes de tierra, se convirtió en una serpiente de sangre que saltaba entre las montañas.

Las sombras buscarán ahora una nueva tranca. De ella no se podrá huir.
La tranca.




Por Santiago Contreras Soux, Marzo 2007

No hay comentarios:

Publicar un comentario