ARTES VISUALES, ARQUITECTURA, LITERATURA, PENSAMIENTOS

ON ARCHITECTURE, VISUAL ARTS, LITERATURE AND MORE...

Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.

lunes, 24 de febrero de 2014

TOTAL: CASI NI TE CONOZCO



Las primeras cartas que se mandaron fueron anónimas. No llevaban dirección ni paradero.
Esas primeras cartas él nunca las olvidó.
Nunca se animó a decirle nada. Nunca sacó una palabra de su garganta. Sólo susurros imposibles de escuchar. Se perdieron en el aire seco.
Cuando quiso hablarle ya era muy tarde, habían pasado muchos años y él había olvidado su nombre.

Sólo cartas. Cartas anónimas que no decían nada y lo decían todo.

Ni amistad, ni la más delgada sonrisa. Sólo textos…

Los nexos finalmente se establecieron. Una noche.
Ella lo llamó, él contestó. Hablaron… Ya no eran sólo textos.

Ella había llamado y él lo sabía. Estaba seguro.
Dejó de respirar. Contuvo las lágrimas y le sonrió. No pudo cambiar esa expresión por largas semanas. Su mirada se prendía cuando la veía caminar desde lejos. Sus ojos brillaban. Y sin duda (eso pensaba él) los de ella también.

Se saludaban. Se hablaban. Comentaban las noticias todas las noches.
Se sentaban frente a frente en la casa de ella. Totalmente desordenada, totalmente mugrienta. Nunca entendió.
Pensaba en otras cosas. Buscaba detalles que le conmovieran. Perdía la mirada en migajas esparcidas por el suelo. Le causaba repulsión ver todo tan desordenado y fuera de lugar.
Trataba de concentrarse en sus ojos, que brillaban diciéndole palabras que ya no podía oír.
Ella buscaba sus ojos, se perdían en el horizonte. Le repetía todo, él en cambio parecía no escuchar nada concreto.
Nada en lo absoluto.

Se molestó y lo dejo marcharse. (Él alegó sentirse indispuesto).

No lo volvió a llamar. Ni él a ella.

Conoció a su esposo. Fue feliz. Por mucho tiempo… hasta que dejó de serlo

Se fue a vivir a otras ciudades. Vagó, escribió más cartas. Las publicó. Se vendieron. Se hizo famoso. Olvidó a la muchacha. Se olvidó de vivir.

Ella también

Y… no se volvieron a ver…
Casi no se conocían.

Eso pensaron y luego se olvidaron…



Por Santiago Contreras Soux, Septiembre 2007

SIGUR RÓS (rosa de victoria)


Cómo juzgar lo que no te corresponde establecer dentro de esos límites que se abalanzan más allá de una jugada de vida o muerte. Cómo aprender lo que está escrito sin la posibilidad de llevar más allá el entendimiento. Y cómo pensar en el crecimiento sin la mínima gota de apacible construcción de tibieza humana. Cómo responder a la soledad, cuando se pega a la vestimenta de esa manera. Cómo encarar el vacío en el alma cuando se te esconde en la profundidad oscura del bolsillo. Cómo hacerle frente a la desesperada necesidad de abarcar más allá de lo que te corresponde. Cómo hacer que la gente deje las tangentes en la conversación y encare lo que necesita encarar como es debido y como es apropiado. Cómo haces para abandonar el cuerpo que te contiene inmune a todo sentimiento, cómo hacer para desprenderse de la cavidad que amontona sombras en el olvido. Cómo desligarse de las vestimentas empolvadas y desgastadas por el mal uso de la palabra. Cómo sincerar con la persona que más te importa, esa que levanta los más altos y gloriosos sentimientos en el fondo de la coraza de metal oxidado. Cómo hacer.  Cómo debatirse con la posibilidad de llevar el cuerpo, más lejos de lo que nadie lo ha llevado, al punto más intoxicante y verdadero; puro; y así, dejarlo vagar a la libertad de la materia, que lo iluminado y lo ensombrecido se junten armoniosamente en una sola entidad. Cómo hacer para que lo aprendido en los años se retenga en la memoria colectiva; que se haga la luz del conocimiento y de la certeza de que, en lo inmenso, se encuentra la verdadera energía que nos mantiene juntos. Que en lo inmenso se juegan las verdaderas cartas del destino, que ahí se concentran las almas de la gente, que el poder no es el puño, si no la invisibilidad yacente en los corazones, en las verdaderas  y largas noches de meditación. En las cabezas, en los cuerpos, en las almas, en la luz que se alberga en el corazón. En ese aroma humano que se puede respirar en las rocas y en la tierra, cuando éstas no han sido todavía devoradas por actos inconscientes de desamparo y vacuidad espiritual. Cómo hacer para que las amistades no se desgasten y florezcan cada vez que se habla de sentimientos empáticos, que se nutran de la compasión mutua y del bienestar ajeno. Cómo lograr que las sociedades encuentren el equilibrio necesario para vivir en paz los unos con los otros. Cómo conseguir derribar las barreras que separan las posibles comuniones que surgen del contacto. Cómo enlazar las vibraciones que se producen en los pequeños actos de  solidaridad. Cómo sostener el ritmo de las miles de vidas que giran alrededor nuestro. Cómo generar armonía a partir de comportamientos y actitudes que se basan en el respeto y la comprensión. Cómo levantar edificaciones invisibles de valores intrínsecos en la manera de ser con el otro. Cómo llevar adelante proyectos que piensen sobretodo en el que necesita ser escuchado. Cómo seguir adelante sin dejar a nadie atrás. Cómo conseguir equidad en la marea que persigue. Cómo derrotar. Cómo vencer en la búsqueda de más y mejores lugares en los cuales ser más humanos. Cómo arrancar una rosa que se marchite sólo con la falta de cariño y calor humano.  Cómo lograr que sólo haya una profunda vastedad de buenas vibraciones que conecten las vidas en la gran inmensidad.
Por favor que alguien me diga…Por favor que alguien me diga…


Santiago Contreras Soux, Diciembre 2010

PINTURA CORTO PUNZANTE


Descansa en el rojo, en el rojo, por favor encuentra el descanso. La pintura roja se parece a la sangre, como la sangre se parece al carmín. La pintura es hecha con sangre, ¿se la busca como herida? Continúa el plazo, se atrasa la entrega, se alienta al artista y el plazo se vence. La desesperación se hace intolerable y la comida mengua, como si no hubiera resplandor en las ideas. La fecha límite se acerca y el color rojo todavía no ha encontrado madurez total. Se le pregunta al artista, qué piensa hacer con la falta de motivación, emotividad, reflejos, rapidez, efectividad. Dice que no tiene la mente clara, que una nube le ha cegado, que le faltan ideas, que no se siente inspirado, que el mundo es un mierda, que no tiene con quién calmar el llanto de su alma en pena, que no tiene las respuestas, que no las quiere tener, que se mure por decirle al mundo cómo ha estado sufriendo, o mejor, no. Se queda quieto, piensa en el color rojo que ha estado preparando, ése color que puede ser parte de la creación divina, no cree en dios, pero le teme, eso le han enseñado. No tiene paradero, no quiere tenerlo, no le gusta la compañía humana, y aún así, su arte se debe a su interacción con los otros. Se calma, había gritado mucho, derrama el rojo sobre el bastidor y no le alcanza. Tendrá que preparar más, pero teme no igualar el tono exacto, debe ser el mismo color, sin ninguna diferencia, sin absolutamente ninguna diferencia de tonalidad. Le teme a la perfección, así como a la mediocridad. Quiere ser Dios, o como una especie de ser divino, pero sabe que sus poderes sólo alcanzan para manifestar sus sueños, sus anhelos, su atormentada realidad, su obsesión por aquellas cuatro chicas, de aquella última que no logra sacar que se ha clavado como un cuchillo en su corazón, sin dejarlo vivir, disfrutar, tener placer. Se repliega en pensamientos añejos, sobre la primera chica de la que se ha enamorado, el rojo brota de sus ojos, aquella pequeña figura, sigue ahí dando vueltas en su cabeza, manifestada como una sombra, al alcance de su mano, de su rostro, pero aún así, completamente ambigua, representando a la totalidad del género femenino, a quienes teme y a quienes adora. Si mezcla bien el color rojo de su gran balde de pigmentos, logrará conformar un patrón de tonalidades únicas, como la sangre que lleva dentro, como el hervor de su propia pasión. Desnudado al fin. Ya no estarán en su cabeza todas aquellas personas de las que ha tenido que separarse para sufrir menos, el dolor es intenso en ese sentido. ¿Será la mediocridad del corazón una parte de esa mediocridad que tiene el país? Se lleva la mano a la barbilla, siente la barba a medio crecer y entiende por fin que lo que debe hacer es dejar de buscar a la persona indicada, dejar que ésta se acerque y caiga en una trampa. La desesperación repentina lo abraza y se agarra la cabeza, si se la pudiera quitar, lo haría, sin duda de ello. Se sienta mira a su alrededor, las paredes blancas machadas de diferentes colores, principalmente de negros y blancos que se entrecruzan unos con otros, forman grises, y en medio de todo algunas manchas de otros colores que eventualmente se encuentran en el bastidor para armar un entramado de pequeñas porciones de componentes químicos, Qué increíbles los colores. Mínimas composiciones químicas que unidas elaboran lo más bello de la tierra, el color. Sustancia de indescriptible belleza, pobre el que no ve, para maravillarse con ellos, liberado también del terror, alberga en su corazón un oscuro deseo por lo bueno y lo malo. Por lo hermoso y lo grotesco, la tentación de ver, puede hacer sucumbir hasta el alma más pura, es un arma de fuego en la boca, es la bala incrustada en el corazón, porque no es la mente la que sufre sin colores alrededor, es el corazón, la pequeña esencia de la que todos se hacen más o menos humanos, en un sentido bastante siniestro. Le aterrorizan que alguien le quite los ojos, que una bestia en un impulso completamente natural le extirpe aquello con lo que él se hace más divino, esa parte de su cuerpo que lo acerca más a Dios, por así decirlo. No cree en Dios, pero aún así, está seguro que en la belleza se esconde lo divino, lo sorprendente, lo que enciende el alma de las personas, ahí, en ese color rojo que está preparando. Sólo para ser visto por los afortunados que pueden utilizar adecuadamente sus ojos.  Son heridas que quedan, es egoísta y mezquino, no se trata de producir un bien de mercado, el arte va más allá; debe encender lo que la gente común no logra prender. Es como el fósforo; para el hombre que sólo prende fuego con las chispas que son emanadas de dos piedras chocando. Evita la fricción. Evita la violencia y asegura el comunicado. El resplandor. El resplandor, busca el resplandor en las almas de la gente. El rojo enciende, el rojo es sangre, es herida y es dolor, es muerte y angustia, pero también pasión y fuerza animal. Da placer, es la carne, la tentación, son las mujeres con sus cuerpos hermosos, las mujeres, sus niños, la reproducción, es el sexo, pero sobre todo, la herida, la herida en el alma. Y en la dulce y atractiva emancipación, liberado de la sociedad, sin dogma ni paradigmas, caminando completamente desnudo estaba deseando estar el artista, lejos de toda pretensión, lejos de toda evocación y de todo deseo. Cercano al placer, a lo que le causa a uno un profundo y completo placer, respirar hondo, exhalar, el aire impuro, las risas ya no importan; la muerte se apodera de uno. Lloran los seres queridos, lloran los amigos, lloran los desconocidos, lloran las amantes, lloran las antiguas amantes, lloran las mamás, lloran los papás, lloran los hermanos, lloran las abuelas, lloran. Salta el artista completamente agradecido, añorando alejarse, simplemente alejarse de la maraña de manipulaciones y engaños que lo rodean. Se abraza a sí mismo y exclama gritando: ¡Yo me amo a mí mismo con mucha, tal vez demasiada, intensidad! ¡Yo me quiero! ¡Yo me voy, lejos, para encontrarme, para dejar atrás, para olvidar! Y se va caminando, pensando en las que no lo supieron encontrar, en las que no tuvieron la delicadeza de hacerlo renegar. Porque reniega. Reniega ahora, porque el color rojo se mantiene extraño, fuera de foco, lejano a su aveza. Se ha olvidado, el arte te da mucho, pero como el diablo siempre vuelve para cobrar. La soledad, sí, la soledad es también un demonio que a uno lo agobia, el engaño, la despedida, los ideales, escapar de la sociedad. ¿O sólo se escapa de sí mismo? Vierte más pigmento en el pocillo de mezcla ya bate suavemente, hasta que el óleo se va diluyendo en el aceite, haciéndose más suave, más líquido, y sin embargo, más impuro. Pierde consistencia, pierde solidez y firmeza, se hace débil; frágil. Embestido por los demás colores, y ahí, en el lienzo se olvida que es un color lleno, agraciado, olvida su facultad de sobrecoger. Se estanca en la vastedad del blanco, adaptándose a él y sus innumerables hendiduras. Recorriendo los canales, dejándose chorrear, gotear, como la sangre que cae de una herida mortal. Pintura roja, que matas, que causas dolor, que provocas ira y arrepentimiento. La mezcla tiene grumos, no son buenos para la pintura, ya que ensucian, se trata de una obra sobre la limpieza, sobre lo puro, sobre el dolor en su estado más puro e intenso. Es una obra sobre lo que no está dicho, sobre los sueños no alcanzados y sobre las heridas que siguen brotando del alma, es rojo en el cuerpo, rojo en la mente y rojo en el alma, rojo en el corazón. Se le tiene miedo, ya que hace pensar. El artista se da vuelta y mira a su alrededor, pronto estará rodeado de espectadores, el cuadro deberá batirse sólo en la inmensidad de los diferentes personajes que lo van a ver, juzgar, disfrutar, amar, odiar, respetar, temer. Vierte el contenido del recipiente sobre el bastidor, lo esparce con brochas, lo para y el goteo comienza, dibujando líneas uniformes, que sólo viéndolas desde muy cerca presentan ciertas deformidades. Sólo conociendo a fondo la pintura lo va a lograr; encontrar sus anomalías, al final, por más artificial que sea su creación, siempre la naturaleza obra de maneras que no se pueden preconcebir, que no estaban previstas. Ya no es el sujeto quien controla la realidad, son los objetos, autónomos; la naturaleza, por meras leyes físicas, incorpora en el entorno, lo que lo moldea a uno y a su obra. Artista y obra dejan de funcionar como entes autónomos en pleno control de sus intenciones, deben aceptar la condición básica bajo la cual todos los objetos y sujetos en la tierra se rigen: la muerte. Roja es la herida que sangra, roja es la sangre que emana, rojo el ardor del deseo sexual, rojo el color de la piel cuando siente contacto físico, roja es la vida; pero también roja la muerte, la herida. El artista contempla su obra, está contento al fin. La obra funciona sola y es estable, se siente orgulloso, peca de vanidad, de una cierta dosis de soberbia, sí es soberbio, por naturaleza soberbio, y más aún sabiéndose más que los demás. Sabe de sus capacidades, pero más allá de las mismas, queda aislado, mutilado del mundo, soberano de sí mismo, pero aislado, completamente descartado. Se sabe interesante, un fruto sabroso de la creación, íntegro en muchos sentidos, adolorido en otros, físicamente aceptable, pero conforme. Sabe a quién pertenece su alma; a quiénes se debe, a quienes les debe.
La pintura se quiebra. El artista llora. El rojo se consume. El color se apaga. El cuadro llora, lágrimas incoloras, ya no hay rojo, ya no hay herida. Ya no hay rojo. Ya no hay herida.


Santiago Contreras Soux, Octubre 2009

CARTA DEL PODER



El Poder se lo gana, se lo trabaja, se lo quitas a otros. Como en un juego de ping pong, salta de un individuo a otro, muy parecido a una luciérnaga. Si logras atraparlo es para conservarlo por poco tiempo, ya que no le gusta nada permanecer estático. Sabes, de todos modos, en el fondo, que el Poder que has adquirido también te ha adquirido a ti. Le ha gustado escoger sus presas desde el principio de todo, las selecciona meticulosamente, una por una, hasta que por fin se decide por una. A ti te escogió el 15 de noviembre de 1997, una noche cálida, estrellada. No te hagas al loco, porque sabes qué es lo que pasó ese día. El Poder, como te decía, se aferra a las personas de una manera bastante cruel. Una vez que te tiene entre sus garras cortantes, empieza a succionar, uno por uno, todos los valores que te quedan, hasta que ya ha tenido suficiente (aunque él dice que nunca es suficiente) y se retira para buscar un nuevo cuerpo del cual alimentarse. Los valores y la ética le fascinan, lo vuelven loco, se derrite por conseguir una dosis, por más pequeña que sea, de esas sustancias.
Dicen que nadie lo puede ver, pero el Poder, según lo he podido constatar, es sólo una silueta deforme, inhumana, bestial, que cambia de expresión. A veces lo veo detrás de la gente, imitando sus sombras. Otras, lo encuentro sentado en una banca. Pero lo más usual es que lo vea colgado de los pies de los “poderosos”, haciendo lento su paso por las calles. Al Poder, y esto debes tenerlo muy en cuenta, le fascinan las mujeres con faldas cortas; a veces logra atraparlas y se introduce en ellas por ese lugar que te encanta, sabes de qué lugar hablo, no te hagas al inocentón; luego les llega más arriba y poco a poco les va quitando el color de los ojos. Claro, nadie se da cuenta de eso. En otras ocasiones, el Poder se disfraza de proyecto político, de estado de sitio o incluso de estado de violencia. Dicen las malas voces que, en la Segunda Guerra, estaba de moda tomar por apariencia algunos elementos del cuerpo de sus receptores. Se dice por ahí que tomó la forma de un bigote negro.
          Ese día te escogió, no sabes aún cómo; pero se posó en ti, tentador, corruptor, y te sedujo. La manera en que logra seducir a las personas es inexplicable, pero siempre lo logra. Poco a poco te fue alejando de tus seres queridos, haciéndote buscar excusas en la búsqueda de más canales para tus propios deseos. El Poder siempre ataca primero los deseos, no precisamente los más buenos o humanos, pero siempre encuentra la manera de hacerte desear más de lo que ya tienes o necesitas. Los maneja muy bien para poder influenciar en sus víctimas, confundirlas. Los deseos son parte del abanico de ambiciones, tentaciones y otros artilugios mecánicos que utiliza para ingresar en tu cuerpo. Desde ese día has buscado la atención de los demás, ya no te interesa su aprobación. Usas el miedo como un arma pulida por el Poder (tiene un afilador impresionante en su cocina).
Así pues, empezaste a tener otros pensamientos, a buscar preguntas dentro de tu coraza para hacerte sentir mejor contigo mismo; como víctima, tu autocompasión era más grande (otra táctica del Poder). Los sueños se hicieron cada vez más ambiciosos y los caminos cada vez más complicados para llegar a ellos; más difíciles de cumplir sin antes dañar los sueños de los de tu alrededor. Si había que pisotearlos y dejarlos marchitar en el suelo, se lo hacía nomás.
Todas las cosas ajenas a tu mundo se tornaron distantes, las veías a través un enorme telescopio desde otro planeta, encerrado en una cabaña que ya nadie ha podido tocar. Pero, y tengo que decírtelo, el Poder se aburre fácilmente, te abandona y, cuando se va, dedica toda su voluntad en hacerte hundir, como insecto, en tu propia mugre. No te preguntes después a dónde fue a parar la suerte, que al Poder también le gusta coleccionar la suerte de sus receptores en pequeñas vasijas de oro. Sí, oro, me has oído muy bien. El Poder también cobra impuestos por su trabajo sucio, impuestos muy caros. Es un gran alquimista. Por eso, no te preocupes, que no te hará pagarle en oro; lo que te quita lo convierte en oro, del más brillante.
Y con el paso de los años has dejado de ser feliz y espontáneo, te has convertido en una máquina que se dedica a producir para el Poder. Tú no lo sabías hasta ahora, por eso te resulta extraña esta carta, pero poco a poco te irás dando cuenta de que lo poco que te queda de virtud se evapora con el sol de las mañanas. La tristeza te empezará a corroer el alma, si es que la vergüenza y la culpa ya no lo han hecho para este día nefasto, en el que te arrepientes de haberte dejado abordar por el Poder, ese bicho raro tan seductor. Poco a poco irás perdiendo la fuerza y el ímpetu, tratarás inútilmente de sujetarte de los restos de ese barco hundiéndose que es tu vida y vas a desear que alguien llegue a rescatarte. En ese momento te darás cuenta de que ya no queda nadie alrededor. Estás sumergido en un vacío de soledad. Tu aislamiento será definitivo, catastrófico, inevitable. Les ha pasado lo mismo a todos…
Pero llegará el día 19 de Mayo y al Poder le va a dar ganas de irse con otra, sí con otra.
Sí me voy con otra, no te sorprendas, es seguramente lo último que puedo hacer por ti, mi pequeño Jorge. Es, digamos, un memorándum que tenía que mandarte, ya que fuiste mi mejor estudiante (sin darte cuenta de ello, obviamente). Así pues, debo despedirme, me quedan unos pequeños detalles más de los cuales encargarme para que tus últimos actos desesperados por mantenerte a flote en el poder sean lo más hermosos y poéticos posibles. Es siempre bueno acabar con una situación irónica. A veces hace que la gente te recuerde por más tiempo, aunque al final terminan olvidándote y olvidando el poder que tenías. Eso que ustedes llaman poder, pero que ni se le acerca.
Atentamente,  se despide:
El Poder.
La silueta, vista por nadie, se marchó de la oficina oscura del Presidente y salió a la calle. Afuera, el cerco  violento había empezado.





Por: Santiago Contreras Soux. Mayo 2009.

PLEGARIA



Cómo hacer para recordar. Cómo hacer para, por un momento poder recordar. Sólo un momento. Nada más que un instante en el que pueda, reflejar para adentro su rostro. Que ya difuso con los años se pierde por una neblina melancólica. Sólo un pequeño pedazo de sus ojos, sólo un pequeño pedazo de sus labios. Eso quisiera pero no consigo.
La noche, gélida, se desprende del anochecer y cae rebotando sobre las piedras. Se limpia los ojos y llama a su sombra a pedirle perdón. Hoy más segura que nunca. La noche, hoy apacible, se renueva buscando mejores días. Días para cubrir.

Lo que quiere es un regalo, para avanzar seguro, de que no puede llorar más nada, que sus lágrimas, sanan. Hoy seguro que sus dudas pueden por fin acabarse. Hoy seguro que no hay más espacio entre el vacío y la eternidad. Y ahí encontrar esos gestos tranquilos y calmos que avanzan seguros. Ya no se cuestiona. Ya no quiere dudar. Sólo sonríe y grita al unísono.

Sólo quiero eso y nada más. El silencio de sus ojos. Eso y nada más. Aunque sea sólo por un segundo.



Santiago Contreras Soux, Mayo 2008

PÉRDIDA


Y en caso de duda, llame al siguiente teléfono, que ellos le indicarán lo que debe hacer en caso de pérdida. ¿Hola? ¿Si?¿Me oye? Si operadora, ¿me oye? …
El teléfono se queda descolgado. Martín sale por la puerta principal del pequeño hogar en el que vive, camina hasta la parada del autobús, las sombras de los árboles sobre su cabeza perdiéndose con la negra cabellera.  Camina unos pasos más y llega a la esquina. La cabina está abierta. Puede entrar. Marca un número. Dos, tres, ocho, seis, cuatro, dos.
Sale de la cabina, se pone el sombrero, la sombra le cubre el rostro, en penumbras, las lágrimas brotándole a escondidas de la luz. Cabizbajo camina. Camina. Camina.
Han pasado las horas, se sienta en un banco y espera. Al poco tiempo, José, su amigo de la infancia se le acerca. Lo abraza. Martín no logra controlar más el dolor y echa llora desconsoladamente. José lo abraza con más fuerza, el cuerpo de Martín pierde peso y quiere elevarse por sobre la banca. José lo sujeta. Le muestra las fotos, José lanza una exclamación y lo vuelve a abrazar. Pasa una media hora y ambos se levantan de la banca, se ponen sus respectivos sombreros y se acomodan el traje. Se despiden y parten por caminos diferentes.
En su casa, Martín, se prepara una comida sencilla. Se sienta frente al televisor y se relaja viendo una película que pesca por casualidad. Se abre la puerta y Martín se para. La mira. Ella lo mira. Se desvanece y desplomada cae como hoja de papel sobre el piso de madera dando un golpe profundo que retumba en la profundidad del silencio. Atrapados en la caja de paredes ambos buscan el consuelo del otro. Él se acerca y la recoge, como quien recoge los restos del polvo de la mañana siguiente, y la acomoda junto a su pecho. Su corazón roto, hecho pedazos, ya no late, no como antes, no como esa mañana. No como aquella mañana. No, nunca así, por favor.
Se acompañan mutuamente hasta el final de aquellos retorcidos pasillos sin vida, que nunca tuvieron la intención de retenerla entre sus paredes. Cómo puede alguien vivir así, en esos espacios, donde lo más lindo se escapa sin ser percibido. Llegan al cuarto y se desvisten, buscando en las caricias lo poco que les queda de calor en el alma. Se tocan, pero la piel gélida no les permite llegar al alma. Parece que una coraza del metal más duro se hubiera armado en el silencio, en la soledad de aquel extraño departamento oscuro.
          Él la acaricia, pero sin respuesta, le tiende la mano que ella agarra. Cruzan los dedos y se abandonan a la oscuridad de la noche, el uno al lado del otro, pero el uno tan ausente como el otro. Poco a poco la cama se va empapando con las gotas silenciosas. Sus cuerpos poco a poco se van buscando entre la montaña de mantas, finalmente se encuentran y así permanecen, en silencio, finalmente se duermen.
Amanece, llueve. Ambos se levantan, con la sensación del vacío clavada bien profundo. El silencio, que antes era bulla recorriendo todos las habitaciones, Los colores apagándose y la mirada evasiva. Se baña el uno luego el otro. Las gotas caen, se funden, en la ducha uno puede llorar sin que los ojos lo delaten. El agua se lleva todas las lágrimas.
Se sientan a la mesa, hablan, suave, sin dejar que los sentimientos afloren. Se miran y en la profundidad de los ojos de ambos aún resplandece. Ella se marcha primero. Él, en cambio, sin trabajo debe quedarse a aguantar la profundidad del departamento. Recorre todas las habitaciones que puede, ordena una que otra cosa. No se atreve a tocar siquiera. Se sienta en la sala y deja perder la mirada en la ventana del frente.
Son las diez de la mañana, los teléfonos empiezan a sonar. No contesta, duele demasiado. Desconecta la conexión. El sol empieza a entrar por las ventanas, decide salir.
Se queda divagando por la ciudad, perdido, él también, por la ciudad. Las horas pasan y el cuerpo de Martín se pierde entre la muchedumbre, acoplado a la masa. Llega la noche, sigue caminando sin rumbo.
Llega en la noche a su casa y Ana lo espera en la puerta con los ojos rojos de tanto llorar. Se cuelga de sus hombros  y lo besa desesperada.

Nadie les había dicho qué hacer en caso de pérdida, no estaba en el manual. Nadie les dijo dónde guardar las almas cuando ya no se está presente.
El obituario con la cara de los hijos. No habrá funeral. En caso de pérdida llame a este número, nunca hubo respuesta. Los rostros se pierden en la profundidad del alma desgastada y herida. Se despiden con ojos agraciados. El silencio cubre el departamento y los dos perdidos en su dolor se desencuentran dentro de aquel espacio vacío.


santiago contreras soux, noviembre 2009. 

OTRAS VIDAS



El corrió. Corrió por el campo de papa recordando todo.

Tiempo atrás, cuando él era una niño, su madre le solía decir que no pise las plantaciones, que si no, no podría haber cosecha, y si no había cosecha, no iban  poder comer, y si no podían comer se iban a morir de hambre. Su familia tenía una granja en las afueras de la ciudad. El terreno quedaba en una localidad en el campo.
Ahí hay muchas vacas y ovejas; además, en casa de la abuela se puede jugar con los otros niñitos de la granja. Los niñitos no tienen la ropa limpia y apestan a abono. Mi mamá dice que el abono es malo para la salud por que es caca de oveja, pero yo no le creo a mi mamá, ella sólo quiere hacerme asustar.
Como aquella vez, en la que caminado por las calles de se encontró con una persona que no parecía ni vivo ni muerto. El hombre lo miró con una sonrisa, cosa que lógicamente extrañó al diputado que, sin dudarlo, siguió de recto por la angosta calle del centro de la ciudad.

El hombre corrió sin parar, su paso era rápido como el de un caballo, su desesperación inmensa, las preocupaciones le rondaban la mente. No podía dormir.
Había pasado  muchos días bajo la sombra de las casas divagando sin un destino, pensado todo el tiempo, sus pensamientos  lo abrumaban...

YO NO LO HICE, yo no la maté, no maté a nadie, ningún empleado de banco puede hacer eso... no, yo no lo hice... ¡NO!  Él había estado ahí, lo sabía, había estado en ese cuarto la noche de su muerte y lo tenía claro. La sangre fue derramada en ese cuarto, él lo sabía, lo había visto con sus propios ojos. Como el testigo que no vio, pero que vio en su corazón, como el asesino que se convence que no hizo nada. El había estado ahí.
El arma asesina se le introdujo en el pecho. Inmediatamente, el hombre cayó en esa noche de verano copada de lluvia densa, desangrándose pecho arriba recostado sobre su cama, ahora teñida de rojo...
Al recibir a su hijo aquella noche lluviosa, con el rostro colmado de felicidad, la madre derramó lágrimas color rojo. Su hijo había nacido. Se llamaría Zacarías. Luego, le dirían en la escuela carnes frías. Era un niño muy lindo, de tez blanca, que les hacía recuerdo a los presentes a la cara del Niñito Jesús en los cuadros que tenían en casa.
El recién nacido fue trasladado la día siguiente a casa de sus abuelos, lugar donde desarrollaría su niñez y su posterior adolescencia. Cuando conoció el poder del alcohol en las venas y el placer de la lujuria, su vida no había sido la que sus padres habían querido para él, pero desde que se marcharon del mundo para siempre, él se perdió en sus cosas, las pesadillas lo agobiaban y sus pensamientos lo martirizaban, todo empezó a sus quince años, la noche de su cumpleaños, cuando se desmayó en frente de todos.

Todo empezó a sus quince años. Las pesadillas y el martirio. Su propia muerte....

El viejo se recostó en una hamaca, tan vieja como los harapos que llevaba puestos, destruida, inservible, prácticamente rota. Dañada y sucia. En el lecho de su vida, el viejo se sentía tan agobiado como siempre, sólo que ahora sentía algo más, algo extraño a sus pensamientos.
Él había permanecido por mucho tiempo en esa casa que ahora se derrumbaba ante sus ojos, que casi ciegos, sólo notaban la sombra del techo. Pero oía cómo las paredes crujían de dolor, cómo el techo se resquebrajaba poco a poco, y pedazos de la casa se desprendían suavemente y caían como plumas al suelo. Él podía sentir el desfallecer de su vida y de todo aquello que tuvo. Detrás suyo, en el olvido, aquel valle seco se moría junto al anciano que descansaba agonizando en su hamaca deshilachada.
Tiempo después murió; algo le cortó el cuello y murió. Murió, pero no en paz. Lo abrumaban una vez más esos viejos pensamientos que pasaron a recogerlo.

La vida en la ciudad se hizo difícil y el diputado fue despedido de su trabajo. Tenía enemigos y la navaja le pasó por el cuello. Murió desangrado en su habitación, con un olor fétido a putrefacción. Había venido por él, lo sabía, había estado esperando ese momento. Lo supo cuando empezaron a volverle los pensamientos y las pesadillas, llegaba su momento, su hora fatal.

Todos habían muerto así.

Siguió corriendo, y corrió, llegó a los vastos senderos que daban a las montañas. Escaló. Corrió, con todo lo que pudo, corrió. Legó a la cima de la montaña. Corría.
Lo perseguían. Lo perseguían. Los otros, los otros muertos... Siempre fue así, tenía que morir así, los otros ya no vivían. Habían venido por él...

Corrió. Lo alcanzaron. Su sangre se derramó en la montaña, una montaña que también se teñía de color rojo. Ensangrentada...


Cuando despertó, sintió como si hubiera nacido de nuevo, como si hubiera vivido eso antes.





Santiago Contreras Soux, Febrero 2004



MEMORIAS


Clava la espina, sangra la herida  y llora. Le da vuelta al recipiente y lava. Corre el agua y escurre, la tubería se destapa. Se llevan la memoria con ellos, se barren los recuerdos. Atraviesa el espacio y salta. Clava la espina y sangra el espejo. Toca la punta y pincha. Se han llevado, se la han llevado.
Saca el puñal y brilla. Lo limpia y brilla aún más. Limpia la lágrima Seca la lágrima. Limpia la oscuridad. Se filtra la luz en la rendija del marco. Limpio el puñal y seca el alma. Enjuaga el pañuelo. Unta la rosa, inserta la espina, brota el rojo, introduce la punta, coagula, recorre el brazo, se hace la línea.
Saca el papel y lee. La boca y el papel, se arruga. Saliva en la pasta. Desintegra la tinta, tiñe los dientes.

Se inicia la visita. Tocan la puerta. Suena la madera, cruje el piso, chillan los tornillos y las bisagras, se abre la puerta, se perfila una sombra, llora el clavel, crece, crece, suenan las suelas duras, resuena el entablonado, la luz penetra, corren las cortinas, cruje de nuevo, los pantalones de cuero, las cadenas rechinando, la lluvia en la vereda y el olor a humedad, los zapatos mojados aproximándose, el saco mojado, el paraguas chorreando goteras, suena la calamina, el granizo se acumula, se prende el foco, la silueta se acerca, la mano, el guante, el bolero de caballería, afuera, ingresa, el sonido, la antena limpia, goteando, se aproxima, se acercan.
La espera, se queda esperando, se les queda viendo, la silla, el suave asiento, los brazos tendidos, paciente.





La silla, el cuerpo, el charco, la delgada línea, las huellas machadas, el silencio, las últimas gotas de suspiro, la puerta abierta y los brazos extendidos, el cuello doblado, los ojos cerrados, la lágrima seca, la espina incrustada, las voces acalladas, los susurros apagados, las culpas acabadas, la mirada perdida.



Las memorias en el papel, en la boca, escondidas entre la tinta, la boca abierta, el papel refugiado en la garganta.



Por Santiago Contreras Soux, Mayo 2011

LOS TRES



Al principio sólo eran tres.
Luego, el mar se los llevó y no quedó ni uno. Eran tres y eran tantos. Y tan pequeños. Los últimos ojos de mi vida.
Al principio eran sólo tres. Tres para uno, uno con todos y para todos. No eran iguales, eran tres. Tres distintos. Desiguales.

Pero eran tres. Y eran felices, luego el viento se cargó con ellos. ¿O era el mar?  De ello ya no se hable.

Los tres dejaron un día de estar. Y no se habló más de ellos. El dolor era demasiado intenso. Las oraciones no los devolvieron. Con el tiempo los olvidaron. La marea se llevó los últimos recuerdos. Desde entonces se quedaron solos, sin los tres. Se quedaron abrumados por su falta. La soledad en que se vieron envueltos los abrazó. Los tres estaban lejos.

Al principio eran tres. Tres tan inocentes y tan ingenuos. Tan llenos de vida y regordetes. El hambre cargó con sus barrigas. Pero aún así hablaban. Cantaban. Reían. Corrían. Pero nunca nadie les dijo qué era lo que tenían que hacer cuando crezcan. Luego los tres desaparecieron.

Lluvia, llanto, cenizas y luces prendidas hasta el amanecer. Largos momentos de silencio, en caso que sus pasitos sean delicados y tiernos. Noches de vigilia esperando volver a verlos. A los tres.

Verlos tan felices de estar juntos.

Y no se despidieron. Los extrañamos todos los días. Los echamos de menos, a los tres. Tan  débiles y pequeños. Tan niños. Se fueron y no vuelven.

Se los llevó la marea…

Esperamos ansiosos el día en que regresen. Los tres. Juntos, de la mano. Con sonrisas pícaras en la cara. Tal vez con unas lágrimas en los ojos por la larga ausencia. Tal vez con unos recuerdos de sus aventuras por los mares  y  tierras desconocidas. O quizás con historias de mundos lejanos y criaturas del más allá.

Se los llevó el mar. De eso estoy segura. A los tres. Orgullosos en sus botes. Adentrados en el infinito. Buscando la mano de Dios. ¿La habrán encontrado?

Yo los espero todas las noches junto al puerto. El farol inmenso de la bahía me los va a mostrar. Llegarán una noche de luna llena y las velas de sus tres botes brillaran, como tres soles en la oscuridad. Atracarán y me saludarán. Con sus sonrisas eternas. Sus miradas perdidas en nosotros. Los tres.

Los esperamos, los extrañamos. Algún día me dirán…

Hemos vuelto mamá, ya no tienes que llorar.

Y lloraremos de felicidad tú y yo cuando nos encontremos de nuevo, cuando la marea pase y el dolor no sea tan profundo.


“Hemos vuelto…




Santiago Contreras Soux, Septiembre 2007

A mi mamá

QUE LOS ODIABA A TODOS




Se sentaba todas las noches esperando a que pase la vida a su lado y lo roce en el brazo con gentil ternura, pero no. Esperaba a que algo cambie, de tal manera que nadie se entere qué tramaba en la oscuridad de su habitación, con las ventanas tapiadas y la única luz de la vela que alumbraba sus papeles desordenados. Odiaba ver a la gente desesperarse en la puerta de enfrente y lanzarle huevos al cartel de Don Benigno. Se atormentaba con la idea de tener que recoger la basura del vecino que no se dignaba a decidirse entre ser hombre o mujer, siempre en la duda, apareciendo de vestido y luego de terno y corbata, con rímel en los ojos o con un habano en la boca. Detestaba a su otro vecino que siempre aparecía con una nueva mujer y que todas las noches producía aquellos ruidos asquerosos en el fondo de la habitación contigua.

El hotel en el que vivía era la pesadilla de don Lacracio. Era el mayor de todos los pasajeros y era también el más odiado.  Pasajeros que vagaban atrapados en el olvido y la tempestad del alma, desgarrados en sus camas, sin futuro, y con un pasado que querían a toda costa olvidar. O eso, al menos, pensaba él.

Una mañana apareció muerto en su cama con la boca descolocada, un olor a putrefacción, una sonrisa capciosa y lágrimas de secas dolor en las mejillas. A cada uno de sus hijos le había dejado una cuenta de deudas con las que cargar, un sinnúmero de pleitos legales, las risas a escondidas de los niños del hotel, la culpa de no haberlo visitado en tantos años, una cama mohosa, unos papeles con letras incomprensibles y una carta, escrita en computadora (esa sí se podía leer) que curiosamente apareció en la puerta de cada uno de ellos.
Cómo los odiaba a  todos…

La carta decía:

Queridos e idiotas Aducio y Sandiurno:

Les mando a ustedes dos, hijos del infierno, un gran saludo desde el fin del mundo. Espero que mi carta les haga pensar en lo insulsas que son sus vidas y lo pobres que se van a quedar cuando tengan que pagar todas la deudas que les dejo. No son muchas, sólo unos cuantos miles por cada uno. No se preocupen, van a poder resolverlo, como resolvieron nunca venir a visitarme a este apestoso hotel en el que la vida me abandonó, como el otoño abandona a las hojas. Díganle a la puta de su madre que la voy a estar vigilando desde la puerta de su cuarto y que cuidado la vea de nuevo con los cabrones de sus machos esos.

Además, la bruja esa tuvo el descaro de llevarse al pobre del Anolito. Ése que no le hacía nada. Pobre hámster, lo voy a extrañar. Díganle que yo también tenía mis ricuras escondidas por ahí en las paredes de la casa, que excave y busque, que ahí las va a encontrar. Quién quiere mujeres como ella, nadie pues, ustedes deben saber lo difícil fue estar con ella, llena de quejas y de ideas. Esa maldita cabrona, carajo. No me dejó encontrar mi camino a tiempo, pero ya le mostraremos cómo seguirlo…

Bueno, hijos (frutos de mis desvaríos, mis pequeños retoños): espero que sean infelices como lo he sido yo. No les puedo dejar nada más que las deudas, pero con eso creo que les va a alcanzar para sobresalir en la vida aprovechándose del resto. La muerte, en cambio, es difícil de engañar. Te atrapa y no te deja escapar. No quiero que piensen que las oportunidades  se pueden desperdiciar así nomás, sino mírenme. No tengo nada y odio mi vida. Odio a mis vecinos. Pero me amo con mucho cariño a mi persona. Soy todo un hijo de puta.

Lo que quiero decirles es que nunca dejen de aprovecharse del otro, roben cuanto puedan y vivan en exceso. Es el único camino que tienen para llevar una vida tan plena y miserable como la mía.

Bueno, díganle a su tío Gamil que no se preocupe por devolverme a mi otra mujer, a la Salcira. Esa comadreja me quiso asesinar la noche que tuve que agarrarlo a patadas a su gato, que se estaba comiendo mi zapato. Ese gato era un asqueroso, siempre lo dije y lo voy a seguir diciendo. Espero que se pudra en el infierno y que sufra como me ha hecho sufrir. La herida que me dejó la Salcira. Esa perra, la voy a joder cuando vuelva.

Supongo que a estas alturas ya se van a dar cuenta de la situación en la que están metidos. En uno de los tantos pleitos por los que he pasado en el trabajo, y esto quiero que sea una enseñanza, he descubierto que la mejor parte de la vida de un hombre se consume tratando de ser reconocido y aceptado por otros. A mí, que he vivido fuera de la ley, no me interesa su aprobación ni su reconocimiento, no quiero que se sientan orgullosos de su viejo padre y tampoco quiero que la tengan fácil. La facilidad es nomás para los huevoncitos que reciben todo. No ustedes, hijos del Lacracio. Ustedes la van a ver negra, sí, negra como la noche.

También quiero que den noticia de mi muerte al tío Fernebrio. Creo que también lo dejé sordo la última vez que lo dejé ciego. Se hizo golpear feo el pobre hombre. Le van a indicar que me debe todavía mi radio y mi celular. Que me los puede devolver en otra ocasión en que yo vuelva a recolectar lo que me pertenece.

En fin hijos quiero decirles que se pudran y que se mueran como quieran.
Su padre,

Lacracio García

Esa noche el hotel se derrumbó. Los cinco pisos cayeron desplomados sobre la superficie plana de la ciudad de El Alto. Esa noche no hubo estrellas, un denso polvo se desprendió del suelo y se esparció por las calles sinuosas.

El rumor de un extraño personaje… La figura de Lacracio García se escurría entre las esquinas de las casas; iba a visitar a todos sus conocidos…

Amaneció mugrosa, la ciudad. Llena de olores nauseabundos.

Las cartas de Lacracio llovieron durante toda la santa noche, y así como los milagros (que suceden), encontraban el camino al interior de las casas. Al día siguiente, casas y edificios desaparecieron… En las cartas venía impresa, como una tarjeta de presentación, la figura del hombre que los odiaba a todos.

Nadie supo nunca lo que tramaba. La cagaron, no debieron molestarlo. Todos cayeron.

Ahora, su figura serena se marcha caminante, firme, directamente al lugar de donde vino…



Por Santiago Contreras Soux, Mayo 2009

Los fronterizos



Dramáticamente apareció. Él, el inconcebible. El que no duerme ni descansa; el que se levanta todas las mañanas añorando ser descubierto por el mundo. Su nombre es Eustaquio. Ha nacido un día soldado de verano, y ha vivido como soldadito salido de cuartel. Su convicción lo hizo cometer una serie de abruptas peticiones al mando general para que lo dejen servir en la frontera.

Dramáticamente, apareció una noche de verano. Con una vicuña en mano y un fusil en otra. Con un cigarrillo en la boca y una gorra en el bolsillo. Todos lo miramos desde una esquina, al Eustaquio, desfilar virilmente con sus botas recién pulidas minutos después de salir de la camioneta.

“Buenos días mi teniente”
“Cállese idiota. No se le ha dirigido la palabra”

Siguió caminando, batiendo su cuerpo, como si fuera gelatina. El pobre idiota, no sabía lo que es vivir en la frontera.

Lo vimos, después, desvanecerse en el fondo del pasillo. Que vergüenza. Nadie le dijo que iba a resultar así.

Lo sucedido en la frontera es un secreto de estado, queridísimo López. Al Eustaquio parece que lo han asesinado la noche pasada entre todos los soldados, ¡puta, la que los que los parió, no sabes lo mal que se va a ver esto! Ya deberían estar colgando de uno de los postes de la cancha esa que se han conseguido.

Nacido de las lágrimas de una madre que pedía a gritos que los segundos sean más rápidos. Llevado por senderos sin fin, hasta que al final alguien se paró a verlo. Alguien con el valor para confrontarlo. Miró a su alrededor mientras el polvo se expandía en la planicie. Vio el sol y las montañas de arena. A lo lejos… ya nada se veía. Entonces entendió, lo que siempre le negaron…

No se preocupen por la limpieza, estamos acá para servir al Gobierno, para evitar que los chilenos nos invadan, estamos para  prevenir a la nación del peligro de la guerra. Estamos acá para ser los hijos de puta que ponemos nuestro culo en vez de los que no hacen nada. Tenemos ante nosotros una de las más importantes misiones que un ser humano puede tener, debemos defender a los cabrones que nos han puesto en este estúpido yermo. No lo nieguen carajo, somos el mal sabor de la patria. Los fronterizos.

Desde ese día obedecimos todas sus órdenes y no dejamos de hacerlo hasta el día que murió…

 “Las diferentes realidades me agobian y me desnudan. No entiendo los caminos que me llevan a crecer. Nuestra situación no está como para que yo los deje abrirse al desierto helado en el que residimos.


La culpa me carcome. Yo se que esto es totalmente culpa mía. El error se vuelve a repetir. Vuelve a suceder y vuelve a caerme como un balde de agua fría.
 De un día para otro he dejado de ser el soldado, motivo de orgullo para sus papás y me convierto en algo que no quiero ser. Si hay algo que me saca la mugre es volver a ensuciarme las manos con el polvo del olvido. La historia se vuelve a contar, en un infinito dolor, dolor por mi soledad.
Y aún así ellos me van a perdonar, pero siempre voy a ser el hijo de puta que los mandó al infierno.”

Y aún así lo hizo, lo hizo sin titubear. Todos fueron mandados a la misión de encontrar la debilidad del otro y pronto comprendieron que el día que él apareció su destino fue sellado.

Nos han llegado nuevas noticias del sur mi general, parece ser que los soldados también murieron. En la fuga todos murieron. Han encontrado sólo las ropas y algunas…

Memorando Número 349592012

El cuerpo de Eustaquio Flores (38), ha sido encontrado en la sala común de Fortín Fin del Mundo a horas 15:30. El fallecido llevaba 3 semanas sobre el piso. Las heridas que causaron la muerte son aún desconocidas. El cuarto entero estaba cubierto de sangre.

Los restos de los soldados        31320
                                               31321
                                               31322
                                               31323

Han sido encontrados a 13 km. del Fortín. Sólo se logró recuperar sus cabezas y los brazos. Todo lo demás ha desaparecido.

¡Ayy che! Grave había estado la cosa en la frontera. Dile al López que mande a un nuevo regimiento a la frontera y que ellos se ocupen de esto…

Y así desaparecieron. Y así dejaron…

No se los olvide… se los entierre en el polvo y el resto de los días.

Lloran en la eternidad del desierto.

Consumidos por el odio.

Se mataron unos a otros y se cansaron de mirar el sol. Quince, veinte años desde que Eustaquio apareció en aquellos parajes, quince años en el medio de la nada. Lloraron por la nación, rogaron por la paz. La inminente muerte que los apretaba contra el piso. La comida con sabor a herida en el fondo del arrugado estómago. La súplica de morir contento. El deseo de ser el  último en morir. Uno por uno los fue enterrando.  Hasta que no quedó ninguno, hasta que el desierto ya no cabía en la mente.

Los despedía a los cinco… Las cabezas… Las cabezas, le dijeron, las guarde para los familiares, para los visitantes…

Y se quedó solo, Definitivamente solo. Atrapado en el vasto mar de arenas heladas.

Sentado esperó días a que le toque, y no llegó… Esperó semanas y no llegó…

No se preocupe mi teniente, la muerte ya va a llegar por usted. El día que usted se aparezca repentinamente en su posada…

Tres semanas en la frontera. El cuerpo del teniente fronterizo Eustaquio Flores será transportado hasta La Paz el día 25 de Junio. Favor presentarse en el cuartel a 15:30 horas…

Lo despidieron. 









Santiago Contreras Soux, Junio 2007

ODA a la TRISTEZA



La tristeza es uno de los sentimientos más puros y dignos del ser humano.
Nos permite desnudarnos sin dudar de nuestros errores y nuestros temores.
Es la vida que nos permite estar, la que nos da tristeza.
Tristeza de lo melancólico. Del niño que nunca vio a su padre, del padre que no pudo ver a su niño.
Del niño que buscó su casa y no la encontró. De ellos que han llorado el día en que dejaron de estar entre nosotros.
Es la tristeza la que nos devuelve al mundo. Tristeza y compasión por aquellos que no tiene que comer. Tristeza y bondad hacia ellos que necesitan de nuestra ayuda.

Tristeza por los caminos que llevamos, tristeza por los que se nos mueren. Nos desnuda, a todos, y a cada uno de los otros.

Música y dolor se funden en una sinfonía de emociones.

Por eso, espero recordar algún día lo que escribo. El día que me suceda a mí. El día que yo pierda a alguien. Y así poder tener una nota bondadosa en la que me pueda apoyar.
¿No es acaso la tristeza parte de las emociones que nos unen? No debería temerle a la tristeza. Vaga melancólica por la vida, se descubre en todos. Te pone en franca transparencia. Sus gotas siempre invaden lo mío, lo tuyo. Lo de ellos.

Sin mi tristeza, por la vida, por la soledad, no se que sería…


La Tranca



Partieron cinco personas de la gran ciudad; todos ellos viajaban hacia Colchani, una distante población perdida en el fondo del altiplano. Habían empacado un día entero todas sus pertenencias para buscar lugar en la casa olvidada de sus ancestros. Era un viaje muy importante. Todos estaban emocionados; el viaje al pueblo del que habían venido años atrás, cuando todavía eran muy pequeños, se había convertido en el tema de conversaciones, discusiones, peleas y disputas de la pequeña familia.

Otras ocho personas partieron esa noche. Todos viajaban a Colchani. Iban en una flota último modelo, de esas que se fabricaban en la ciudad. 

Tres mujeres también partieron aquella noche rumbo a Colchan; las tres eran destellantes. Hermosas muchachas, se comentó en la estación de autobuses, cuando ellas se despedían cariñosamente de los espectadores que, asombrados, las veían desde la plataforma en que se colocan los equipajes.

En la tranca la vida es dura; si uno no se aviva, entonces los fantasmas del altiplano se lo comen a uno, Pusimos el aviso por primera vez en 1955. Corrían los tiempos de la Revolución Nacional, así que nadie le dio mucha importancia. Ni siquiera los mismos campesinos vecinos. En la tranca hay que pagar el peaje, sino mejor no se viaja.

La soledad en la que vivimos nos ha hecho perder la percepción del tiempo, que vaga lento y alicaído por estos parajes. Lo último que sucede acá es la vida. Hemos dejado de conocerla, la hemos olvidado. Ya no recordamos como era…

Encajonados estamos, sin nadie y con todo… Somos del altiplano y somos del viento. Somos de la tranca.
El yermo penumbroso nos rodea y nos disipa. Nos fatiga y nos vacía. En la tranca todo es vano, todo es inútil, nos destruye.
Los tontos de la ciudad avanzan siempre orgullosos de los avances de sus tecnologías y de sus músicas. Se ríen del que no logra encontrar su pedazo de ciudad. Vagan fragmentados y dispersos. Pero ellos, ellos no saben que en la tranca el viento pega más fuerte.
Parten todos los años en diciembre cuando la alfombra verde comienza a surgir. No se detienen a verla, pasan con los ojos vendados. Capturados por las películas de los buses y los aparatos de música. Con caras enfermizas que albergan pena en sus corazones. Sin emociones ni sentimientos. Usan estos caminos todo el tiempo y no saben a dónde van, ni de dónde vienen.
Nosotros en la tranca sí sabemos. Es hora de cobrar el peaje.

Una nube oscura se asienta sobre el valle, al fondo se ve un caminito serpenteante que lleva al fondo del río. El camino es de tierra, pero le han crecido una gran cantidad de flores de diferentes colores y matices. ¡Son de colores! Y cubren todo el camino. Unas oscuras y negras llantas pasan por encima, pisándolas. Nadie se da cuenta del horror de los observadores.

Todos los días comemos una ración exacta de las reservas que se guardan en las despensas. Por las noches se oyen gruñidos y rasquidos en las puertas vecinas. Vemos sombras deslizarse con sigilo. Les molesta la luz. Vienen cada año. Tocan nuestra puerta. No respondemos. Intentan atravesarla; la reforzamos. Estamos aislados definitivamente. En la tranca no hay salvación.

Hemos hecho lo que nos han pedido, exactamente lo que nos han pedido. Lo cumplimos cada año. Es sólo cuestión de mover el cartel. Ese cartel tan viejo y oxidado que al Servicio Nacional se le ha olvidado cambiar. Ese cartel tan viejo nosotros lo arreglamos y pintamos con pintura especial cada año. Debe ser visible de noche si no, no sirve.

La tranca no atiende esa noche, espera en silencio hasta que despierta la mañana. Esa noche los pájaros no cantan y las flores se esconden. Nadie quiere ver.

Se hizo de noche y el bus que los llevaba entró a un valle más oscuro que cualquier otro, las luces se hicieron pesadas, dejándose vencer por la presencia de aquella neblina espesa. Trataban de regresar a sus focos ahuyentadas por algo extraño. Escapaban del aire, buscaban refugio. Nadie les dijo acerca de esa parte.
Llegaron a un cartel, era amarillo. Brillante. Había desvío por derrumbe, la ruta había cambiado.

A lo lejos ya se ven las primeras luces, las asustadas, y dentro de ese automóvil hemos logrado ver a tres hermosa mujeres. Y nosotros tan solos, sin mujer ni nada. Carcomidos por nuestras pesadillas. Llegan al cartel y doblan.
En la tranca todos esperamos callados, esperando que les satisfaga. Esperando poder complacerlos.
Son muy exigentes.
Este año esperamos que todo salga bien, como ha sido desde el principio. Nunca nos han lastimado.

El bus entró a un valle cada vez más angosto, al fondo apareció una luz gigante, enorme. Se asustaron. Tan fuerte era aquella forma que los cegó por un instante. La luz se apagó. De las tinieblas aparecieron unas figuras espantosas, mugrientas. Negras…

El bus se estremeció y el chofer dio media vuelta bruscamente.

Nunca nadie había reaccionado así. Nunca de forma tan veloz.
¡Del valle provienen gritos! ¡Han escapado! ¡Mierda!

Las sombras se deslizan hacia nosotros. Esperamos pacientes nuestra hora. Estamos varados, atascados. Nadamos en nuestro ataúd. Las sombras se aproximan.
Ya están aquí…

Las sombras ingresaron al recinto. De la tranca nadie podía nunca escapar y menos el que no paga peaje. Los gritos agonizantes de aquellos hombres retumbaron en la tranquilidad de la noche. El olor a muerte explotó saliendo del edificio precario de adobe, esparciéndose por el valle amplio. El camino, antes de tierra, se convirtió en una serpiente de sangre que saltaba entre las montañas.

Las sombras buscarán ahora una nueva tranca. De ella no se podrá huir.
La tranca.




Por Santiago Contreras Soux, Marzo 2007