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ARTES VISUALES, ARQUITECTURA, LITERATURA, PENSAMIENTOS
ON ARCHITECTURE, VISUAL ARTS, LITERATURE AND MORE...
Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.
Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.
martes, 21 de octubre de 2014
lunes, 24 de febrero de 2014
TOTAL: CASI NI TE CONOZCO
Las primeras cartas
que se mandaron fueron anónimas. No llevaban dirección ni paradero.
Esas primeras
cartas él nunca las olvidó.
Nunca se animó a
decirle nada. Nunca sacó una palabra de su garganta. Sólo susurros imposibles
de escuchar. Se perdieron en el aire seco.
Cuando quiso
hablarle ya era muy tarde, habían pasado muchos años y él había olvidado su
nombre.
Sólo cartas. Cartas
anónimas que no decían nada y lo decían todo.
Ni amistad, ni la
más delgada sonrisa. Sólo textos…
Los nexos
finalmente se establecieron. Una noche.
Ella lo llamó, él
contestó. Hablaron… Ya no eran sólo textos.
Ella había llamado
y él lo sabía. Estaba seguro.
Dejó de respirar.
Contuvo las lágrimas y le sonrió. No pudo cambiar esa expresión por largas
semanas. Su mirada se prendía cuando la veía caminar desde lejos. Sus ojos
brillaban. Y sin duda (eso pensaba él) los de ella también.
Se saludaban. Se
hablaban. Comentaban las noticias todas las noches.
Se sentaban frente
a frente en la casa de ella. Totalmente desordenada, totalmente mugrienta.
Nunca entendió.
Pensaba en otras
cosas. Buscaba detalles que le conmovieran. Perdía la mirada en migajas
esparcidas por el suelo. Le causaba repulsión ver todo tan desordenado y fuera
de lugar.
Trataba de concentrarse
en sus ojos, que brillaban diciéndole palabras que ya no podía oír.
Ella buscaba sus
ojos, se perdían en el horizonte. Le repetía todo, él en cambio parecía no
escuchar nada concreto.
Nada en lo
absoluto.
Se molestó y lo
dejo marcharse. (Él alegó sentirse indispuesto).
No lo volvió a
llamar. Ni él a ella.
Conoció a su
esposo. Fue feliz. Por mucho tiempo… hasta que dejó de serlo
Se fue a vivir a
otras ciudades. Vagó, escribió más cartas. Las publicó. Se vendieron. Se hizo
famoso. Olvidó a la muchacha. Se olvidó de vivir.
Ella también
Y… no se volvieron
a ver…
Casi no se
conocían.
Eso pensaron y
luego se olvidaron…
Por Santiago Contreras Soux, Septiembre 2007
SIGUR RÓS (rosa de victoria)
Cómo juzgar lo que
no te corresponde establecer dentro de esos límites que se abalanzan más allá
de una jugada de vida o muerte. Cómo aprender lo que está escrito sin la
posibilidad de llevar más allá el entendimiento. Y cómo pensar en el
crecimiento sin la mínima gota de apacible construcción de tibieza humana. Cómo
responder a la soledad, cuando se pega a la vestimenta de esa manera. Cómo
encarar el vacío en el alma cuando se te esconde en la profundidad oscura del
bolsillo. Cómo hacerle frente a la desesperada necesidad de abarcar más allá de
lo que te corresponde. Cómo hacer que la gente deje las tangentes en la
conversación y encare lo que necesita encarar como es debido y como es
apropiado. Cómo haces para abandonar el cuerpo que te contiene inmune a todo
sentimiento, cómo hacer para desprenderse de la cavidad que amontona sombras en
el olvido. Cómo desligarse de las vestimentas empolvadas y desgastadas por el
mal uso de la palabra. Cómo sincerar con la persona que más te importa, esa que
levanta los más altos y gloriosos sentimientos en el fondo de la coraza de
metal oxidado. Cómo hacer. Cómo
debatirse con la posibilidad de llevar el cuerpo, más lejos de lo que nadie lo
ha llevado, al punto más intoxicante y verdadero; puro; y así, dejarlo vagar a
la libertad de la materia, que lo iluminado y lo ensombrecido se junten
armoniosamente en una sola entidad. Cómo hacer para que lo aprendido en los
años se retenga en la memoria colectiva; que se haga la luz del conocimiento y
de la certeza de que, en lo inmenso, se encuentra la verdadera energía que nos
mantiene juntos. Que en lo inmenso se juegan las verdaderas cartas del destino,
que ahí se concentran las almas de la gente, que el poder no es el puño, si no
la invisibilidad yacente en los corazones, en las verdaderas y largas noches de meditación. En las
cabezas, en los cuerpos, en las almas, en la luz que se alberga en el corazón.
En ese aroma humano que se puede respirar en las rocas y en la tierra, cuando
éstas no han sido todavía devoradas por actos inconscientes de desamparo y
vacuidad espiritual. Cómo hacer para que las amistades no se desgasten y
florezcan cada vez que se habla de sentimientos empáticos, que se nutran de la
compasión mutua y del bienestar ajeno. Cómo lograr que las sociedades encuentren
el equilibrio necesario para vivir en paz los unos con los otros. Cómo
conseguir derribar las barreras que separan las posibles comuniones que surgen
del contacto. Cómo enlazar las vibraciones que se producen en los pequeños
actos de solidaridad. Cómo sostener el
ritmo de las miles de vidas que giran alrededor nuestro. Cómo generar armonía a
partir de comportamientos y actitudes que se basan en el respeto y la
comprensión. Cómo levantar edificaciones invisibles de valores intrínsecos en
la manera de ser con el otro. Cómo llevar adelante proyectos que piensen
sobretodo en el que necesita ser escuchado. Cómo seguir adelante sin dejar a
nadie atrás. Cómo conseguir equidad en la marea que persigue. Cómo derrotar.
Cómo vencer en la búsqueda de más y mejores lugares en los cuales ser más
humanos. Cómo arrancar una rosa que se marchite sólo con la falta de cariño y
calor humano. Cómo lograr que sólo haya
una profunda vastedad de buenas vibraciones que conecten las vidas en la gran
inmensidad.
Por favor que alguien me diga…Por favor que
alguien me diga…
Santiago Contreras Soux, Diciembre 2010
PINTURA CORTO PUNZANTE
Descansa en el rojo, en el rojo, por favor encuentra el
descanso. La pintura roja se parece a la sangre, como la sangre se parece al
carmín. La pintura es hecha con sangre, ¿se la busca como herida? Continúa el
plazo, se atrasa la entrega, se alienta al artista y el plazo se vence. La
desesperación se hace intolerable y la comida mengua, como si no hubiera
resplandor en las ideas. La fecha límite se acerca y el color rojo todavía no
ha encontrado madurez total. Se le pregunta al artista, qué piensa hacer con la
falta de motivación, emotividad, reflejos, rapidez, efectividad. Dice que no
tiene la mente clara, que una nube le ha cegado, que le faltan ideas, que no se
siente inspirado, que el mundo es un mierda, que no tiene con quién calmar el
llanto de su alma en pena, que no tiene las respuestas, que no las quiere
tener, que se mure por decirle al mundo cómo ha estado sufriendo, o mejor, no.
Se queda quieto, piensa en el color rojo que ha estado preparando, ése color
que puede ser parte de la creación divina, no cree en dios, pero le teme, eso
le han enseñado. No tiene paradero, no quiere tenerlo, no le gusta la compañía
humana, y aún así, su arte se debe a su interacción con los otros. Se calma,
había gritado mucho, derrama el rojo sobre el bastidor y no le alcanza. Tendrá
que preparar más, pero teme no igualar el tono exacto, debe ser el mismo color,
sin ninguna diferencia, sin absolutamente ninguna diferencia de tonalidad. Le
teme a la perfección, así como a la mediocridad. Quiere ser Dios, o como una
especie de ser divino, pero sabe que sus poderes sólo alcanzan para manifestar
sus sueños, sus anhelos, su atormentada realidad, su obsesión por aquellas
cuatro chicas, de aquella última que no logra sacar que se ha clavado como un
cuchillo en su corazón, sin dejarlo vivir, disfrutar, tener placer. Se repliega
en pensamientos añejos, sobre la primera chica de la que se ha enamorado, el
rojo brota de sus ojos, aquella pequeña figura, sigue ahí dando vueltas en su
cabeza, manifestada como una sombra, al alcance de su mano, de su rostro, pero
aún así, completamente ambigua, representando a la totalidad del género
femenino, a quienes teme y a quienes adora. Si mezcla bien el color rojo de su
gran balde de pigmentos, logrará conformar un patrón de tonalidades únicas,
como la sangre que lleva dentro, como el hervor de su propia pasión. Desnudado
al fin. Ya no estarán en su cabeza todas aquellas personas de las que ha tenido
que separarse para sufrir menos, el dolor es intenso en ese sentido. ¿Será la
mediocridad del corazón una parte de esa mediocridad que tiene el país? Se
lleva la mano a la barbilla, siente la barba a medio crecer y entiende por fin
que lo que debe hacer es dejar de buscar a la persona indicada, dejar que ésta
se acerque y caiga en una trampa. La desesperación repentina lo abraza y se
agarra la cabeza, si se la pudiera quitar, lo haría, sin duda de ello. Se
sienta mira a su alrededor, las paredes blancas machadas de diferentes colores,
principalmente de negros y blancos que se entrecruzan unos con otros, forman
grises, y en medio de todo algunas manchas de otros colores que eventualmente
se encuentran en el bastidor para armar un entramado de pequeñas porciones de
componentes químicos, Qué increíbles los colores. Mínimas composiciones
químicas que unidas elaboran lo más bello de la tierra, el color. Sustancia de
indescriptible belleza, pobre el que no ve, para maravillarse con ellos,
liberado también del terror, alberga en su corazón un oscuro deseo por lo bueno
y lo malo. Por lo hermoso y lo grotesco, la tentación de ver, puede hacer
sucumbir hasta el alma más pura, es un arma de fuego en la boca, es la bala
incrustada en el corazón, porque no es la mente la que sufre sin colores
alrededor, es el corazón, la pequeña esencia de la que todos se hacen más o
menos humanos, en un sentido bastante siniestro. Le aterrorizan que alguien le
quite los ojos, que una bestia en un impulso completamente natural le extirpe
aquello con lo que él se hace más divino, esa parte de su cuerpo que lo acerca
más a Dios, por así decirlo. No cree en Dios, pero aún así, está seguro que en
la belleza se esconde lo divino, lo sorprendente, lo que enciende el alma de
las personas, ahí, en ese color rojo que está preparando. Sólo para ser visto
por los afortunados que pueden utilizar adecuadamente sus ojos. Son heridas que quedan, es egoísta y
mezquino, no se trata de producir un bien de mercado, el arte va más allá; debe
encender lo que la gente común no logra prender. Es como el fósforo; para el
hombre que sólo prende fuego con las chispas que son emanadas de dos piedras
chocando. Evita la fricción. Evita la violencia y asegura el comunicado. El
resplandor. El resplandor, busca el resplandor en las almas de la gente. El
rojo enciende, el rojo es sangre, es herida y es dolor, es muerte y angustia,
pero también pasión y fuerza animal. Da placer, es la carne, la tentación, son
las mujeres con sus cuerpos hermosos, las mujeres, sus niños, la reproducción,
es el sexo, pero sobre todo, la herida, la herida en el alma. Y en la dulce y
atractiva emancipación, liberado de la sociedad, sin dogma ni paradigmas,
caminando completamente desnudo estaba deseando estar el artista, lejos de toda
pretensión, lejos de toda evocación y de todo deseo. Cercano al placer, a lo
que le causa a uno un profundo y completo placer, respirar hondo, exhalar, el
aire impuro, las risas ya no importan; la muerte se apodera de uno. Lloran los
seres queridos, lloran los amigos, lloran los desconocidos, lloran las amantes,
lloran las antiguas amantes, lloran las mamás, lloran los papás, lloran los
hermanos, lloran las abuelas, lloran. Salta el artista completamente
agradecido, añorando alejarse, simplemente alejarse de la maraña de
manipulaciones y engaños que lo rodean. Se abraza a sí mismo y exclama
gritando: ¡Yo me amo a mí mismo con mucha, tal vez demasiada, intensidad! ¡Yo
me quiero! ¡Yo me voy, lejos, para encontrarme, para dejar atrás, para olvidar!
Y se va caminando, pensando en las que no lo supieron encontrar, en las que no
tuvieron la delicadeza de hacerlo renegar. Porque reniega. Reniega ahora,
porque el color rojo se mantiene extraño, fuera de foco, lejano a su aveza. Se
ha olvidado, el arte te da mucho, pero como el diablo siempre vuelve para
cobrar. La soledad, sí, la soledad es también un demonio que a uno lo agobia,
el engaño, la despedida, los ideales, escapar de la sociedad. ¿O sólo se escapa
de sí mismo? Vierte más pigmento en el pocillo de mezcla ya bate suavemente,
hasta que el óleo se va diluyendo en el aceite, haciéndose más suave, más
líquido, y sin embargo, más impuro. Pierde consistencia, pierde solidez y
firmeza, se hace débil; frágil. Embestido por los demás colores, y ahí, en el
lienzo se olvida que es un color lleno, agraciado, olvida su facultad de
sobrecoger. Se estanca en la vastedad del blanco, adaptándose a él y sus
innumerables hendiduras. Recorriendo los canales, dejándose chorrear, gotear,
como la sangre que cae de una herida mortal. Pintura roja, que matas, que causas
dolor, que provocas ira y arrepentimiento. La mezcla tiene grumos, no son
buenos para la pintura, ya que ensucian, se trata de una obra sobre la
limpieza, sobre lo puro, sobre el dolor en su estado más puro e intenso. Es una
obra sobre lo que no está dicho, sobre los sueños no alcanzados y sobre las
heridas que siguen brotando del alma, es rojo en el cuerpo, rojo en la mente y
rojo en el alma, rojo en el corazón. Se le tiene miedo, ya que hace pensar. El
artista se da vuelta y mira a su alrededor, pronto estará rodeado de
espectadores, el cuadro deberá batirse sólo en la inmensidad de los diferentes
personajes que lo van a ver, juzgar, disfrutar, amar, odiar, respetar, temer.
Vierte el contenido del recipiente sobre el bastidor, lo esparce con brochas,
lo para y el goteo comienza, dibujando líneas uniformes, que sólo viéndolas
desde muy cerca presentan ciertas deformidades. Sólo conociendo a fondo la
pintura lo va a lograr; encontrar sus anomalías, al final, por más artificial
que sea su creación, siempre la naturaleza obra de maneras que no se pueden
preconcebir, que no estaban previstas. Ya no es el sujeto quien controla la
realidad, son los objetos, autónomos; la naturaleza, por meras leyes físicas,
incorpora en el entorno, lo que lo moldea a uno y a su obra. Artista y obra
dejan de funcionar como entes autónomos en pleno control de sus intenciones,
deben aceptar la condición básica bajo la cual todos los objetos y sujetos en
la tierra se rigen: la muerte. Roja es la herida que sangra, roja es la sangre
que emana, rojo el ardor del deseo sexual, rojo el color de la piel cuando
siente contacto físico, roja es la vida; pero también roja la muerte, la
herida. El artista contempla su obra, está contento al fin. La obra funciona
sola y es estable, se siente orgulloso, peca de vanidad, de una cierta dosis de
soberbia, sí es soberbio, por naturaleza soberbio, y más aún sabiéndose más que
los demás. Sabe de sus capacidades, pero más allá de las mismas, queda aislado,
mutilado del mundo, soberano de sí mismo, pero aislado, completamente
descartado. Se sabe interesante, un fruto sabroso de la creación, íntegro en
muchos sentidos, adolorido en otros, físicamente aceptable, pero conforme. Sabe
a quién pertenece su alma; a quiénes se debe, a quienes les debe.
La pintura se quiebra. El artista llora. El rojo se
consume. El color se apaga. El cuadro llora, lágrimas incoloras, ya no hay
rojo, ya no hay herida. Ya no hay rojo. Ya no hay herida.
Santiago Contreras Soux,
Octubre 2009
CARTA DEL PODER
El Poder se lo gana, se lo trabaja,
se lo quitas a otros. Como en un juego de ping pong, salta de un individuo a
otro, muy parecido a una luciérnaga. Si logras atraparlo es para conservarlo
por poco tiempo, ya que no le gusta nada permanecer estático. Sabes, de todos
modos, en el fondo, que el Poder que has adquirido también te ha adquirido a ti.
Le ha gustado escoger sus presas desde el principio de todo, las selecciona
meticulosamente, una por una, hasta que por fin se decide por una. A ti te
escogió el 15 de noviembre de 1997, una noche cálida, estrellada. No te hagas
al loco, porque sabes qué es lo que pasó ese día. El Poder, como te decía, se aferra
a las personas de una manera bastante cruel. Una vez que te tiene entre sus
garras cortantes, empieza a succionar, uno por uno, todos los valores que te
quedan, hasta que ya ha tenido suficiente (aunque él dice que nunca es
suficiente) y se retira para buscar un nuevo cuerpo del cual alimentarse. Los
valores y la ética le fascinan, lo vuelven loco, se derrite por conseguir una
dosis, por más pequeña que sea, de esas sustancias.
Dicen que nadie lo puede ver, pero
el Poder, según lo he podido constatar, es sólo una silueta deforme, inhumana,
bestial, que cambia de expresión. A veces lo veo detrás de la gente, imitando
sus sombras. Otras, lo encuentro sentado en una banca. Pero lo más usual es que
lo vea colgado de los pies de los “poderosos”, haciendo lento su paso por las
calles. Al Poder, y esto debes tenerlo muy en cuenta, le fascinan las mujeres
con faldas cortas; a veces logra atraparlas y se introduce en ellas por ese
lugar que te encanta, sabes de qué lugar hablo, no te hagas al inocentón; luego
les llega más arriba y poco a poco les va quitando el color de los ojos. Claro,
nadie se da cuenta de eso. En otras ocasiones, el Poder se disfraza de proyecto
político, de estado de sitio o incluso de estado de violencia. Dicen las malas
voces que, en la Segunda Guerra, estaba de moda tomar por apariencia algunos
elementos del cuerpo de sus receptores. Se dice por ahí que tomó la forma de un
bigote negro.
Ese día
te escogió, no sabes aún cómo; pero se posó en ti, tentador, corruptor, y te
sedujo. La manera en que logra seducir a las personas es inexplicable, pero
siempre lo logra. Poco a poco te fue alejando de tus seres queridos, haciéndote
buscar excusas en la búsqueda de más canales para tus propios deseos. El Poder
siempre ataca primero los deseos, no precisamente los más buenos o humanos,
pero siempre encuentra la manera de hacerte desear más de lo que ya tienes o
necesitas. Los maneja muy bien para poder influenciar en sus víctimas, confundirlas.
Los deseos son parte del abanico de ambiciones, tentaciones y otros artilugios
mecánicos que utiliza para ingresar en tu cuerpo. Desde ese día has buscado la
atención de los demás, ya no te interesa su aprobación. Usas el miedo como un
arma pulida por el Poder (tiene un afilador impresionante en su cocina).
Así pues, empezaste a tener otros
pensamientos, a buscar preguntas dentro de tu coraza para hacerte sentir mejor
contigo mismo; como víctima, tu autocompasión era más grande (otra táctica del
Poder). Los sueños se hicieron cada vez más ambiciosos y los caminos cada vez más
complicados para llegar a ellos; más difíciles de cumplir sin antes dañar los
sueños de los de tu alrededor. Si había que pisotearlos y dejarlos marchitar en
el suelo, se lo hacía nomás.
Todas las cosas ajenas a tu mundo se
tornaron distantes, las veías a través un enorme telescopio desde otro planeta,
encerrado en una cabaña que ya nadie ha podido tocar. Pero, y tengo que
decírtelo, el Poder se aburre fácilmente, te abandona y, cuando se va, dedica
toda su voluntad en hacerte hundir, como insecto, en tu propia mugre. No te
preguntes después a dónde fue a parar la suerte, que al Poder también le gusta
coleccionar la suerte de sus receptores en pequeñas vasijas de oro. Sí, oro, me
has oído muy bien. El Poder también cobra impuestos por su trabajo sucio,
impuestos muy caros. Es un gran alquimista. Por eso, no te preocupes, que no te
hará pagarle en oro; lo que te quita lo convierte en oro, del más brillante.
Y con el paso de los años has dejado
de ser feliz y espontáneo, te has convertido en una máquina que se dedica a
producir para el Poder. Tú no lo sabías hasta ahora, por eso te resulta extraña
esta carta, pero poco a poco te irás dando cuenta de que lo poco que te queda
de virtud se evapora con el sol de las mañanas. La tristeza te empezará a
corroer el alma, si es que la vergüenza y la culpa ya no lo han hecho para este
día nefasto, en el que te arrepientes de haberte dejado abordar por el Poder,
ese bicho raro tan seductor. Poco a poco irás perdiendo la fuerza y el ímpetu,
tratarás inútilmente de sujetarte de los restos de ese barco hundiéndose que es
tu vida y vas a desear que alguien llegue a rescatarte. En ese momento te darás
cuenta de que ya no queda nadie alrededor. Estás sumergido en un vacío de
soledad. Tu aislamiento será definitivo, catastrófico, inevitable. Les ha
pasado lo mismo a todos…
Pero llegará el día 19 de Mayo y al
Poder le va a dar ganas de irse con otra, sí con otra.
Sí me voy con otra, no te sorprendas,
es seguramente lo último que puedo hacer por ti, mi pequeño Jorge. Es, digamos,
un memorándum que tenía que mandarte, ya que fuiste mi mejor estudiante (sin
darte cuenta de ello, obviamente). Así pues, debo despedirme, me quedan unos
pequeños detalles más de los cuales encargarme para que tus últimos actos
desesperados por mantenerte a flote en el poder sean lo más hermosos y poéticos
posibles. Es siempre bueno acabar con una situación irónica. A veces hace que
la gente te recuerde por más tiempo, aunque al final terminan olvidándote y
olvidando el poder que tenías. Eso que ustedes llaman poder, pero que ni se le
acerca.
Atentamente, se despide:
El Poder.
La
silueta, vista por nadie, se marchó de la oficina oscura del Presidente y salió
a la calle. Afuera, el cerco violento
había empezado.
Por: Santiago Contreras Soux. Mayo 2009.
PLEGARIA
Cómo hacer para recordar. Cómo hacer para, por un momento poder
recordar. Sólo un momento. Nada más que un instante en el que pueda, reflejar
para adentro su rostro. Que ya difuso con los años se pierde por una neblina
melancólica. Sólo un pequeño pedazo de sus ojos, sólo un pequeño pedazo de sus
labios. Eso quisiera pero no consigo.
La noche, gélida, se desprende del anochecer y cae rebotando sobre las
piedras. Se limpia los ojos y llama a su sombra a pedirle perdón. Hoy más
segura que nunca. La noche, hoy apacible, se renueva buscando mejores días.
Días para cubrir.
Lo que quiere es un regalo, para avanzar seguro, de que no puede llorar
más nada, que sus lágrimas, sanan. Hoy seguro que sus dudas pueden por fin
acabarse. Hoy seguro que no hay más espacio entre el vacío y la eternidad. Y
ahí encontrar esos gestos tranquilos y calmos que avanzan seguros. Ya no se
cuestiona. Ya no quiere dudar. Sólo sonríe y grita al unísono.
Sólo quiero eso y nada más. El silencio de sus ojos. Eso y nada más.
Aunque sea sólo por un segundo.
Santiago Contreras Soux, Mayo 2008
PÉRDIDA
Y en caso de duda, llame al
siguiente teléfono, que ellos le indicarán lo que debe hacer en caso de
pérdida. ¿Hola? ¿Si?¿Me oye? Si operadora, ¿me oye? …
El teléfono se queda descolgado.
Martín sale por la puerta principal del pequeño hogar en el que vive, camina
hasta la parada del autobús, las sombras de los árboles sobre su cabeza
perdiéndose con la negra cabellera.
Camina unos pasos más y llega a la esquina. La cabina está abierta.
Puede entrar. Marca un número. Dos, tres, ocho, seis, cuatro, dos.
Sale de la cabina, se pone el
sombrero, la sombra le cubre el rostro, en penumbras, las lágrimas brotándole a
escondidas de la luz. Cabizbajo camina. Camina. Camina.
Han pasado las horas, se sienta en
un banco y espera. Al poco tiempo, José, su amigo de la infancia se le acerca.
Lo abraza. Martín no logra controlar más el dolor y echa llora
desconsoladamente. José lo abraza con más fuerza, el cuerpo de Martín pierde
peso y quiere elevarse por sobre la banca. José lo sujeta. Le muestra las
fotos, José lanza una exclamación y lo vuelve a abrazar. Pasa una media hora y
ambos se levantan de la banca, se ponen sus respectivos sombreros y se acomodan
el traje. Se despiden y parten por caminos diferentes.
En su casa, Martín, se prepara una
comida sencilla. Se sienta frente al televisor y se relaja viendo una película
que pesca por casualidad. Se abre la puerta y Martín se para. La mira. Ella lo
mira. Se desvanece y desplomada cae como hoja de papel sobre el piso de madera
dando un golpe profundo que retumba en la profundidad del silencio. Atrapados
en la caja de paredes ambos buscan el consuelo del otro. Él se acerca y la
recoge, como quien recoge los restos del polvo de la mañana siguiente, y la
acomoda junto a su pecho. Su corazón roto, hecho pedazos, ya no late, no como
antes, no como esa mañana. No como aquella mañana. No, nunca así, por favor.
Se acompañan mutuamente hasta el
final de aquellos retorcidos pasillos sin vida, que nunca tuvieron la intención
de retenerla entre sus paredes. Cómo puede alguien vivir así, en esos espacios,
donde lo más lindo se escapa sin ser percibido. Llegan al cuarto y se
desvisten, buscando en las caricias lo poco que les queda de calor en el alma.
Se tocan, pero la piel gélida no les permite llegar al alma. Parece que una
coraza del metal más duro se hubiera armado en el silencio, en la soledad de
aquel extraño departamento oscuro.
Él la acaricia,
pero sin respuesta, le tiende la mano que ella agarra. Cruzan los dedos y se
abandonan a la oscuridad de la noche, el uno al lado del otro, pero el uno tan
ausente como el otro. Poco a poco la cama se va empapando con las gotas
silenciosas. Sus cuerpos poco a poco se van buscando entre la montaña de
mantas, finalmente se encuentran y así permanecen, en silencio, finalmente se
duermen.
Amanece, llueve. Ambos se levantan,
con la sensación del vacío clavada bien profundo. El silencio, que antes era
bulla recorriendo todos las habitaciones, Los colores apagándose y la mirada
evasiva. Se baña el uno luego el otro. Las gotas caen, se funden, en la ducha
uno puede llorar sin que los ojos lo delaten. El agua se lleva todas las
lágrimas.
Se sientan a la mesa, hablan, suave,
sin dejar que los sentimientos afloren. Se miran y en la profundidad de los
ojos de ambos aún resplandece. Ella se marcha primero. Él, en cambio, sin
trabajo debe quedarse a aguantar la profundidad del departamento. Recorre todas
las habitaciones que puede, ordena una que otra cosa. No se atreve a tocar
siquiera. Se sienta en la sala y deja perder la mirada en la ventana del
frente.
Son las diez de la mañana, los
teléfonos empiezan a sonar. No contesta, duele demasiado. Desconecta la
conexión. El sol empieza a entrar por las ventanas, decide salir.
Se queda divagando por la ciudad,
perdido, él también, por la ciudad. Las horas pasan y el cuerpo de Martín se
pierde entre la muchedumbre, acoplado a la masa. Llega la noche, sigue
caminando sin rumbo.
Llega en la noche a su casa y Ana lo
espera en la puerta con los ojos rojos de tanto llorar. Se cuelga de sus
hombros y lo besa desesperada.
Nadie les había dicho qué hacer en
caso de pérdida, no estaba en el manual. Nadie les dijo dónde guardar las almas
cuando ya no se está presente.
El obituario con la cara de los
hijos. No habrá funeral. En caso de pérdida llame a este número, nunca hubo
respuesta. Los rostros se pierden en la profundidad del alma desgastada y
herida. Se despiden con ojos agraciados. El silencio cubre el departamento y
los dos perdidos en su dolor se desencuentran dentro de aquel espacio vacío.
santiago contreras soux, noviembre 2009.
OTRAS VIDAS
El corrió. Corrió por el campo de papa recordando todo.
Tiempo
atrás, cuando él era una niño, su madre le solía decir que no pise las
plantaciones, que si no, no podría haber cosecha, y si no había cosecha, no
iban poder comer, y si no podían comer
se iban a morir de hambre. Su familia tenía una granja en las afueras de la
ciudad. El terreno quedaba en una localidad en el campo.
Ahí
hay muchas vacas y ovejas; además, en casa de la abuela se puede jugar con los
otros niñitos de la granja. Los niñitos no tienen la ropa limpia y apestan a
abono. Mi mamá dice que el abono es malo para la salud por que es caca de
oveja, pero yo no le creo a mi mamá, ella sólo quiere hacerme asustar.
Como
aquella vez, en la que caminado por las calles de se encontró con una persona
que no parecía ni vivo ni muerto. El hombre lo miró con una sonrisa, cosa que
lógicamente extrañó al diputado que, sin dudarlo, siguió de recto por la
angosta calle del centro de la ciudad.
El hombre corrió sin parar, su paso era rápido como el de un caballo,
su desesperación inmensa, las preocupaciones le rondaban la mente. No podía
dormir.
Había pasado muchos días bajo la
sombra de las casas divagando sin un destino, pensado todo el tiempo, sus
pensamientos lo abrumaban...
YO
NO LO HICE, yo no la maté, no maté a nadie, ningún empleado de banco puede
hacer eso... no, yo no lo hice... ¡NO!
Él había estado ahí, lo sabía, había estado en ese cuarto la noche de su
muerte y lo tenía claro. La sangre fue derramada en ese cuarto, él lo sabía, lo
había visto con sus propios ojos. Como el testigo que no vio, pero que vio en
su corazón, como el asesino que se convence que no hizo nada. El había estado
ahí.
El
arma asesina se le introdujo en el pecho. Inmediatamente, el hombre cayó en esa
noche de verano copada de lluvia densa, desangrándose pecho arriba recostado
sobre su cama, ahora teñida de rojo...
Al
recibir a su hijo aquella noche lluviosa, con el rostro colmado de felicidad,
la madre derramó lágrimas color rojo. Su hijo había nacido. Se llamaría
Zacarías. Luego, le dirían en la escuela carnes frías. Era un niño muy lindo,
de tez blanca, que les hacía recuerdo a los presentes a la cara del Niñito
Jesús en los cuadros que tenían en casa.
El
recién nacido fue trasladado la día siguiente a casa de sus abuelos, lugar
donde desarrollaría su niñez y su posterior adolescencia. Cuando conoció el
poder del alcohol en las venas y el placer de la lujuria, su vida no había sido
la que sus padres habían querido para él, pero desde que se marcharon del mundo
para siempre, él se perdió en sus cosas, las pesadillas lo agobiaban y sus
pensamientos lo martirizaban, todo empezó a sus quince años, la noche de su
cumpleaños, cuando se desmayó en frente de todos.
Todo empezó a sus quince años. Las pesadillas y el martirio. Su propia
muerte....
El viejo se
recostó en una hamaca, tan vieja como los harapos que llevaba puestos,
destruida, inservible, prácticamente rota. Dañada y sucia. En el lecho de su
vida, el viejo se sentía tan agobiado como siempre, sólo que ahora sentía algo
más, algo extraño a sus pensamientos.
Él
había permanecido por mucho tiempo en esa casa que ahora se derrumbaba ante sus
ojos, que casi ciegos, sólo notaban la sombra del techo. Pero oía cómo las
paredes crujían de dolor, cómo el techo se resquebrajaba poco a poco, y pedazos
de la casa se desprendían suavemente y caían como plumas al suelo. Él podía
sentir el desfallecer de su vida y de todo aquello que tuvo. Detrás suyo, en el
olvido, aquel valle seco se moría junto al anciano que descansaba agonizando en
su hamaca deshilachada.
Tiempo
después murió; algo le cortó el cuello y murió. Murió, pero no en paz. Lo
abrumaban una vez más esos viejos pensamientos que pasaron a recogerlo.
La
vida en la ciudad se hizo difícil y el diputado fue despedido de su trabajo.
Tenía enemigos y la navaja le pasó por el cuello. Murió desangrado en su
habitación, con un olor fétido a putrefacción. Había venido por él, lo sabía,
había estado esperando ese momento. Lo supo cuando empezaron a volverle los pensamientos
y las pesadillas, llegaba su momento, su hora fatal.
Todos
habían muerto así.
Siguió corriendo, y corrió, llegó a los vastos senderos que daban a las
montañas. Escaló. Corrió, con todo lo que pudo, corrió. Legó a la cima de la
montaña. Corría.
Lo perseguían. Lo perseguían. Los otros, los otros muertos... Siempre
fue así, tenía que morir así, los otros ya no vivían. Habían venido por él...
Corrió. Lo
alcanzaron. Su sangre se derramó en la montaña, una montaña que también se
teñía de color rojo. Ensangrentada...
Cuando despertó, sintió como si hubiera nacido de
nuevo, como si hubiera vivido eso antes.
Santiago Contreras Soux, Febrero 2004
MEMORIAS
Clava la espina,
sangra la herida y llora. Le da vuelta
al recipiente y lava. Corre el agua y escurre, la tubería se destapa. Se llevan
la memoria con ellos, se barren los recuerdos. Atraviesa el espacio y salta. Clava
la espina y sangra el espejo. Toca la punta y pincha. Se han llevado, se la han
llevado.
Saca el puñal y
brilla. Lo limpia y brilla aún más. Limpia la lágrima Seca la lágrima. Limpia
la oscuridad. Se filtra la luz en la rendija del marco. Limpio el puñal y seca
el alma. Enjuaga el pañuelo. Unta la rosa, inserta la espina, brota el rojo,
introduce la punta, coagula, recorre el brazo, se hace la línea.
Saca el papel y
lee. La boca y el papel, se arruga. Saliva en la pasta. Desintegra la tinta,
tiñe los dientes.
Se inicia la
visita. Tocan la puerta. Suena la madera, cruje el piso, chillan los tornillos
y las bisagras, se abre la puerta, se perfila una sombra, llora el clavel,
crece, crece, suenan las suelas duras, resuena el entablonado, la luz penetra,
corren las cortinas, cruje de nuevo, los pantalones de cuero, las cadenas
rechinando, la lluvia en la vereda y el olor a humedad, los zapatos mojados
aproximándose, el saco mojado, el paraguas chorreando goteras, suena la
calamina, el granizo se acumula, se prende el foco, la silueta se acerca, la
mano, el guante, el bolero de caballería, afuera, ingresa, el sonido, la antena
limpia, goteando, se aproxima, se acercan.
La espera, se queda
esperando, se les queda viendo, la silla, el suave asiento, los brazos
tendidos, paciente.
La silla, el cuerpo,
el charco, la delgada línea, las huellas machadas, el silencio, las últimas
gotas de suspiro, la puerta abierta y los brazos extendidos, el cuello doblado,
los ojos cerrados, la lágrima seca, la espina incrustada, las voces acalladas,
los susurros apagados, las culpas acabadas, la mirada perdida.
Las memorias en el
papel, en la boca, escondidas entre la tinta, la boca abierta, el papel
refugiado en la garganta.
Por Santiago Contreras Soux, Mayo 2011
LOS TRES
Al principio sólo eran tres.
Luego, el mar se los llevó y no quedó ni uno. Eran
tres y eran tantos. Y tan pequeños. Los últimos ojos de mi vida.
Al principio eran sólo tres. Tres para uno, uno con
todos y para todos. No eran iguales, eran tres. Tres distintos. Desiguales.
Pero eran tres. Y eran felices, luego el viento se
cargó con ellos. ¿O era el mar? De ello
ya no se hable.
Los tres dejaron un día de estar. Y no se habló más de
ellos. El dolor era demasiado intenso. Las oraciones no los devolvieron. Con el
tiempo los olvidaron. La marea se llevó los últimos recuerdos. Desde entonces
se quedaron solos, sin los tres. Se quedaron abrumados por su falta. La soledad
en que se vieron envueltos los abrazó. Los tres estaban lejos.
Al principio eran tres. Tres tan inocentes y tan
ingenuos. Tan llenos de vida y regordetes. El hambre cargó con sus barrigas.
Pero aún así hablaban. Cantaban. Reían. Corrían. Pero nunca nadie les dijo qué
era lo que tenían que hacer cuando crezcan. Luego los tres desaparecieron.
Lluvia, llanto, cenizas y luces prendidas hasta el
amanecer. Largos momentos de silencio, en caso que sus pasitos sean delicados y
tiernos. Noches de vigilia esperando volver a verlos. A los tres.
Verlos tan felices de estar juntos.
Y no se despidieron. Los extrañamos todos los días.
Los echamos de menos, a los tres. Tan
débiles y pequeños. Tan niños. Se fueron y no vuelven.
Se los llevó la marea…
Esperamos ansiosos el día en que regresen. Los tres.
Juntos, de la mano. Con sonrisas pícaras en la cara. Tal vez con unas lágrimas
en los ojos por la larga ausencia. Tal vez con unos recuerdos de sus aventuras
por los mares y tierras desconocidas. O quizás con historias
de mundos lejanos y criaturas del más allá.
Se los llevó el mar. De eso estoy segura. A los tres.
Orgullosos en sus botes. Adentrados en el infinito. Buscando la mano de Dios. ¿La
habrán encontrado?
Yo los espero todas las noches junto al puerto. El
farol inmenso de la bahía me los va a mostrar. Llegarán una noche de luna llena
y las velas de sus tres botes brillaran, como tres soles en la oscuridad.
Atracarán y me saludarán. Con sus sonrisas eternas. Sus miradas perdidas en
nosotros. Los tres.
Los esperamos, los extrañamos. Algún día me dirán…
Hemos vuelto mamá, ya no tienes que llorar.
Y lloraremos de felicidad tú y yo cuando nos
encontremos de nuevo, cuando la marea pase y el dolor no sea tan profundo.
“Hemos vuelto…
Santiago Contreras Soux, Septiembre 2007
A mi mamá
QUE LOS ODIABA A TODOS
Se sentaba todas las noches
esperando a que pase la vida a su lado y lo roce en el brazo con gentil
ternura, pero no. Esperaba a que algo cambie, de tal manera que nadie se entere
qué tramaba en la oscuridad de su habitación, con las ventanas tapiadas y la
única luz de la vela que alumbraba sus papeles desordenados. Odiaba ver a la
gente desesperarse en la puerta de enfrente y lanzarle huevos al cartel de Don
Benigno. Se atormentaba con la idea de tener que recoger la basura del vecino
que no se dignaba a decidirse entre ser hombre o mujer, siempre en la duda,
apareciendo de vestido y luego de terno y corbata, con rímel en los ojos o con
un habano en la boca. Detestaba a su otro vecino que siempre aparecía con una
nueva mujer y que todas las noches producía aquellos ruidos asquerosos en el
fondo de la habitación contigua.
El hotel en el que vivía era la
pesadilla de don Lacracio. Era el mayor de todos los pasajeros y era también el
más odiado. Pasajeros que vagaban atrapados
en el olvido y la tempestad del alma, desgarrados en sus camas, sin futuro, y
con un pasado que querían a toda costa olvidar. O eso, al menos, pensaba él.
Una mañana apareció muerto en su
cama con la boca descolocada, un olor a putrefacción, una sonrisa capciosa y
lágrimas de secas dolor en las mejillas. A cada uno de sus hijos le había
dejado una cuenta de deudas con las que cargar, un sinnúmero de pleitos
legales, las risas a escondidas de los niños del hotel, la culpa de no haberlo
visitado en tantos años, una cama mohosa, unos papeles con letras
incomprensibles y una carta, escrita en computadora (esa sí se podía leer) que
curiosamente apareció en la puerta de cada uno de ellos.
Cómo los odiaba a todos…
La carta decía:
Queridos
e idiotas Aducio y Sandiurno:
Les
mando a ustedes dos, hijos del infierno, un gran saludo desde el fin del mundo.
Espero que mi carta les haga pensar en lo insulsas que son sus vidas y lo
pobres que se van a quedar cuando tengan que pagar todas la deudas que les
dejo. No son muchas, sólo unos cuantos miles por cada uno. No se preocupen, van
a poder resolverlo, como resolvieron nunca venir a visitarme a este apestoso
hotel en el que la vida me abandonó, como el otoño abandona a las hojas. Díganle
a la puta de su madre que la voy a estar vigilando desde la puerta de su cuarto
y que cuidado la vea de nuevo con los cabrones de sus machos esos.
Además,
la bruja esa tuvo el descaro de llevarse al pobre del Anolito. Ése que no le
hacía nada. Pobre hámster, lo voy a extrañar. Díganle que yo también tenía mis
ricuras escondidas por ahí en las paredes de la casa, que excave y busque, que
ahí las va a encontrar. Quién quiere mujeres como ella, nadie pues, ustedes
deben saber lo difícil fue estar con ella, llena de quejas y de ideas. Esa
maldita cabrona, carajo. No me dejó encontrar mi camino a tiempo, pero ya le
mostraremos cómo seguirlo…
Bueno,
hijos (frutos de mis desvaríos, mis pequeños retoños): espero que sean
infelices como lo he sido yo. No les puedo dejar nada más que las deudas, pero
con eso creo que les va a alcanzar para sobresalir en la vida aprovechándose
del resto. La muerte, en cambio, es difícil de engañar. Te atrapa y no te deja
escapar. No quiero que piensen que las oportunidades se pueden desperdiciar así nomás, sino
mírenme. No tengo nada y odio mi vida. Odio a mis vecinos. Pero me amo con
mucho cariño a mi persona. Soy todo un hijo de puta.
Lo
que quiero decirles es que nunca dejen de aprovecharse del otro, roben cuanto
puedan y vivan en exceso. Es el único camino que tienen para llevar una vida
tan plena y miserable como la mía.
Bueno,
díganle a su tío Gamil que no se preocupe por devolverme a mi otra mujer, a la Salcira. Esa comadreja me quiso
asesinar la noche que tuve que agarrarlo a patadas a su gato, que se estaba
comiendo mi zapato. Ese gato era un asqueroso, siempre lo dije y lo voy a
seguir diciendo. Espero que se pudra en el infierno y que sufra como me ha
hecho sufrir. La herida que me dejó la Salcira.
Esa perra, la voy a joder cuando vuelva.
Supongo
que a estas alturas ya se van a dar cuenta de la situación en la que están
metidos. En uno de los tantos pleitos por los que he pasado en el trabajo, y
esto quiero que sea una enseñanza, he descubierto que la mejor parte de la vida
de un hombre se consume tratando de ser reconocido y aceptado por otros. A mí,
que he vivido fuera de la ley, no me interesa su aprobación ni su
reconocimiento, no quiero que se sientan orgullosos de su viejo padre y tampoco
quiero que la tengan fácil. La facilidad es nomás para los huevoncitos que
reciben todo. No ustedes, hijos del Lacracio. Ustedes la van a ver negra, sí,
negra como la noche.
También
quiero que den noticia de mi muerte al tío Fernebrio. Creo que también lo dejé
sordo la última vez que lo dejé ciego. Se hizo golpear feo el pobre hombre. Le
van a indicar que me debe todavía mi radio y mi celular. Que me los puede
devolver en otra ocasión en que yo vuelva a recolectar lo que me pertenece.
En
fin hijos quiero decirles que se pudran y que se mueran como quieran.
Su
padre,
Lacracio
García
Esa noche el hotel se derrumbó. Los
cinco pisos cayeron desplomados sobre la superficie plana de la ciudad de El
Alto. Esa noche no hubo estrellas, un denso polvo se desprendió del suelo y se
esparció por las calles sinuosas.
El rumor de un extraño personaje… La
figura de Lacracio García se escurría entre las esquinas de las casas; iba a
visitar a todos sus conocidos…
Amaneció mugrosa, la ciudad. Llena
de olores nauseabundos.
Las cartas de Lacracio llovieron
durante toda la santa noche, y así como los milagros (que suceden), encontraban
el camino al interior de las casas. Al día siguiente, casas y edificios desaparecieron…
En las cartas venía impresa, como una tarjeta de presentación, la figura del
hombre que los odiaba a todos.
Nadie supo nunca lo que tramaba. La
cagaron, no debieron molestarlo. Todos cayeron.
Ahora, su figura serena se marcha
caminante, firme, directamente al lugar de donde vino…
Por Santiago Contreras Soux, Mayo 2009
Los fronterizos
Dramáticamente apareció. Él, el inconcebible. El que no duerme ni
descansa; el que se levanta todas las mañanas añorando ser descubierto por el
mundo. Su nombre es Eustaquio. Ha nacido un día soldado de verano, y ha vivido
como soldadito salido de cuartel. Su convicción lo hizo cometer una serie de
abruptas peticiones al mando general para que lo dejen servir en la frontera.
Dramáticamente, apareció una
noche de verano. Con una vicuña en mano y un fusil en otra. Con un cigarrillo
en la boca y una gorra en el bolsillo. Todos lo miramos desde una esquina, al
Eustaquio, desfilar virilmente con sus botas recién pulidas minutos después de
salir de la camioneta.
“Buenos días mi teniente”
“Cállese idiota. No se le ha
dirigido la palabra”
Siguió caminando, batiendo su cuerpo,
como si fuera gelatina. El pobre idiota, no sabía lo que es vivir en la
frontera.
Lo vimos, después, desvanecerse
en el fondo del pasillo. Que vergüenza. Nadie le dijo que iba a resultar así.
Lo sucedido en la frontera es un secreto de estado,
queridísimo López. Al Eustaquio parece que lo han asesinado la noche pasada
entre todos los soldados, ¡puta, la que los que los parió, no sabes lo mal que
se va a ver esto! Ya deberían estar colgando de uno de los postes de la cancha
esa que se han conseguido.
Nacido de las lágrimas de una madre que pedía a gritos que los segundos
sean más rápidos. Llevado por senderos sin fin, hasta que al final alguien se
paró a verlo. Alguien con el valor para confrontarlo. Miró a su alrededor mientras
el polvo se expandía en la planicie. Vio el sol y las montañas de arena. A lo
lejos… ya nada se veía. Entonces entendió, lo que siempre le negaron…
No se preocupen por la limpieza,
estamos acá para servir al Gobierno, para evitar que los chilenos nos invadan,
estamos para prevenir a la nación del
peligro de la guerra. Estamos acá para ser los hijos de puta que ponemos
nuestro culo en vez de los que no hacen nada. Tenemos ante nosotros una de las
más importantes misiones que un ser humano puede tener, debemos defender a los
cabrones que nos han puesto en este estúpido yermo. No lo nieguen carajo, somos
el mal sabor de la patria. Los fronterizos.
Desde ese día obedecimos todas
sus órdenes y no dejamos de hacerlo hasta el día que murió…
“Las diferentes
realidades me agobian y me desnudan. No entiendo los caminos que me llevan a
crecer. Nuestra situación no está como para que yo los deje abrirse al desierto
helado en el que residimos.
La culpa me carcome. Yo se que esto es totalmente
culpa mía. El error se vuelve a repetir. Vuelve a suceder y vuelve a caerme
como un balde de agua fría.
De un día para
otro he dejado de ser el soldado, motivo de orgullo para sus papás y me
convierto en algo que no quiero ser. Si hay algo que me saca la mugre es volver
a ensuciarme las manos con el polvo del olvido. La historia se vuelve a contar,
en un infinito dolor, dolor por mi soledad.
Y aún así ellos me van a perdonar, pero siempre voy a
ser el hijo de puta que los mandó al infierno.”
Y aún así lo hizo, lo hizo sin titubear. Todos fueron mandados a la
misión de encontrar la debilidad del otro y pronto comprendieron que el día que
él apareció su destino fue sellado.
Nos han llegado nuevas noticias del sur mi general,
parece ser que los soldados también murieron. En la fuga todos murieron. Han
encontrado sólo las ropas y algunas…
Memorando Número 349592012
El cuerpo de Eustaquio Flores (38), ha sido encontrado
en la sala común de Fortín Fin del Mundo a horas 15:30. El fallecido llevaba 3
semanas sobre el piso. Las heridas que causaron la muerte son aún desconocidas.
El cuarto entero estaba cubierto de sangre.
Los restos de los soldados 31320
31321
31322
31323
Han sido encontrados a 13 km . del Fortín. Sólo se
logró recuperar sus cabezas y los brazos. Todo lo demás ha desaparecido.
¡Ayy che! Grave había estado la cosa en la frontera.
Dile al López que mande a un nuevo regimiento a la frontera y que ellos se
ocupen de esto…
Y así desaparecieron. Y así dejaron…
No se los olvide… se los entierre en el polvo y el resto de los días.
Lloran en la eternidad del desierto.
Consumidos por el odio.
Se mataron unos a otros y se cansaron de mirar el sol. Quince, veinte
años desde que Eustaquio apareció en aquellos parajes, quince años en el medio
de la nada. Lloraron por la nación, rogaron por la paz. La inminente muerte que
los apretaba contra el piso. La comida con sabor a herida en el fondo del
arrugado estómago. La súplica de morir contento. El deseo de ser el último en morir. Uno por uno los fue
enterrando. Hasta que no quedó ninguno,
hasta que el desierto ya no cabía en la mente.
Los despedía a los cinco… Las cabezas… Las cabezas, le dijeron, las
guarde para los familiares, para los visitantes…
Y se quedó solo, Definitivamente solo. Atrapado en el vasto mar de
arenas heladas.
Sentado esperó días a que le toque, y no llegó… Esperó semanas y no
llegó…
No se preocupe mi teniente, la
muerte ya va a llegar por usted. El día que usted se aparezca repentinamente en
su posada…
Tres semanas en la frontera. El cuerpo del teniente
fronterizo Eustaquio Flores será transportado hasta La Paz el día 25 de Junio. Favor
presentarse en el cuartel a 15:30 horas…
Lo despidieron.
Santiago
Contreras Soux, Junio 2007
ODA a la TRISTEZA
La tristeza es uno de los sentimientos más puros y dignos del ser
humano.
Nos permite desnudarnos sin dudar de nuestros errores y nuestros
temores.
Es la vida que nos permite estar, la que nos da tristeza.
Tristeza de lo melancólico. Del niño que nunca vio a su padre, del padre
que no pudo ver a su niño.
Del niño que buscó su casa y no la encontró. De ellos que han llorado el
día en que dejaron de estar entre nosotros.
Es la tristeza la que nos devuelve al mundo. Tristeza y compasión por
aquellos que no tiene que comer. Tristeza y bondad hacia ellos que necesitan de
nuestra ayuda.
Tristeza por los caminos que llevamos, tristeza por los que se nos
mueren. Nos desnuda, a todos, y a cada uno de los otros.
Música y dolor se funden en una sinfonía de emociones.
Por eso, espero recordar algún día lo que escribo. El día que me suceda
a mí. El día que yo pierda a alguien. Y así poder tener una nota bondadosa en
la que me pueda apoyar.
¿No es acaso la tristeza parte de las emociones que nos unen? No debería
temerle a la tristeza. Vaga melancólica por la vida, se descubre en todos. Te
pone en franca transparencia. Sus gotas siempre invaden lo mío, lo tuyo. Lo de
ellos.
Sin mi tristeza, por la vida, por la soledad, no se que sería…
La Tranca
Partieron cinco personas de la gran ciudad; todos ellos viajaban
hacia Colchani, una distante población perdida en el fondo del altiplano.
Habían empacado un día entero todas sus pertenencias para buscar lugar en la
casa olvidada de sus ancestros. Era un viaje muy importante. Todos estaban
emocionados; el viaje al pueblo del que habían venido años atrás, cuando
todavía eran muy pequeños, se había convertido en el tema de conversaciones,
discusiones, peleas y disputas de la pequeña familia.
Otras ocho personas partieron esa noche. Todos viajaban a
Colchani. Iban en una flota último modelo, de esas que se fabricaban en la
ciudad.
Tres mujeres también partieron aquella noche rumbo a Colchan; las
tres eran destellantes. Hermosas muchachas, se comentó en la estación de
autobuses, cuando ellas se despedían cariñosamente de los espectadores que,
asombrados, las veían desde la plataforma en que se colocan los equipajes.
En la tranca la vida es dura; si
uno no se aviva, entonces los fantasmas del altiplano se lo comen a uno,
Pusimos el aviso por primera vez en 1955. Corrían los tiempos de la Revolución Nacional ,
así que nadie le dio mucha importancia. Ni siquiera los mismos campesinos
vecinos. En la tranca hay que pagar el peaje, sino mejor no se viaja.
La soledad en la que vivimos nos
ha hecho perder la percepción del tiempo, que vaga lento y alicaído por estos
parajes. Lo último que sucede acá es la vida. Hemos dejado de conocerla, la
hemos olvidado. Ya no recordamos como era…
Encajonados estamos, sin nadie y
con todo… Somos del altiplano y somos del viento. Somos de la tranca.
El yermo penumbroso nos rodea y
nos disipa. Nos fatiga y nos vacía. En la tranca todo es vano, todo es inútil,
nos destruye.
Los tontos de la ciudad avanzan
siempre orgullosos de los avances de sus tecnologías y de sus músicas. Se ríen del
que no logra encontrar su pedazo de ciudad. Vagan fragmentados y dispersos.
Pero ellos, ellos no saben que en la tranca el viento pega más fuerte.
Parten todos los años en
diciembre cuando la alfombra verde comienza a surgir. No se detienen a verla,
pasan con los ojos vendados. Capturados por las películas de los buses y los
aparatos de música. Con caras enfermizas que albergan pena en sus corazones.
Sin emociones ni sentimientos. Usan estos caminos todo el tiempo y no saben a
dónde van, ni de dónde vienen.
Nosotros en la tranca sí sabemos.
Es hora de cobrar el peaje.
Una nube oscura se asienta sobre el valle, al fondo se ve un
caminito serpenteante que lleva al fondo del río. El camino es de tierra, pero
le han crecido una gran cantidad de flores de diferentes colores y matices.
¡Son de colores! Y cubren todo el camino. Unas oscuras y negras llantas pasan
por encima, pisándolas. Nadie se da cuenta del horror de los observadores.
Todos los días comemos una ración
exacta de las reservas que se guardan en las despensas. Por las noches se oyen
gruñidos y rasquidos en las puertas vecinas. Vemos sombras deslizarse con sigilo.
Les molesta la luz. Vienen cada año. Tocan nuestra puerta. No respondemos.
Intentan atravesarla; la reforzamos. Estamos aislados definitivamente. En la
tranca no hay salvación.
Hemos hecho lo que nos han
pedido, exactamente lo que nos han pedido. Lo cumplimos cada año. Es sólo
cuestión de mover el cartel. Ese cartel tan viejo y oxidado que al Servicio
Nacional se le ha olvidado cambiar. Ese cartel tan viejo nosotros lo arreglamos
y pintamos con pintura especial cada año. Debe ser visible de noche si no, no
sirve.
La tranca no atiende esa noche,
espera en silencio hasta que despierta la mañana. Esa noche los pájaros no
cantan y las flores se esconden. Nadie quiere ver.
Se hizo de noche y el bus que los llevaba entró a un valle más
oscuro que cualquier otro, las luces se hicieron pesadas, dejándose vencer por
la presencia de aquella neblina espesa. Trataban de regresar a sus focos
ahuyentadas por algo extraño. Escapaban del aire, buscaban refugio. Nadie les
dijo acerca de esa parte.
Llegaron a un cartel, era amarillo. Brillante. Había desvío por
derrumbe, la ruta había cambiado.
A lo lejos ya se ven las primeras
luces, las asustadas, y dentro de ese automóvil hemos logrado ver a tres
hermosa mujeres. Y nosotros tan solos, sin mujer ni nada. Carcomidos por
nuestras pesadillas. Llegan al cartel y doblan.
En la tranca todos esperamos
callados, esperando que les satisfaga. Esperando poder complacerlos.
Son muy exigentes.
Este año esperamos que todo salga
bien, como ha sido desde el principio. Nunca nos han lastimado.
El bus entró a un valle cada vez más angosto, al fondo apareció una
luz gigante, enorme. Se asustaron. Tan fuerte era aquella forma que los cegó
por un instante. La luz se apagó. De las tinieblas aparecieron unas figuras
espantosas, mugrientas. Negras…
El bus se estremeció y el chofer dio media vuelta bruscamente.
Nunca nadie había reaccionado
así. Nunca de forma tan veloz.
¡Del valle provienen gritos! ¡Han
escapado! ¡Mierda!
Las sombras se deslizan hacia
nosotros. Esperamos pacientes nuestra hora. Estamos varados, atascados. Nadamos
en nuestro ataúd. Las sombras se aproximan.
Ya están aquí…
Las sombras ingresaron al recinto. De la tranca nadie podía nunca
escapar y menos el que no paga peaje. Los gritos agonizantes de aquellos
hombres retumbaron en la tranquilidad de la noche. El olor a muerte explotó
saliendo del edificio precario de adobe, esparciéndose por el valle amplio. El
camino, antes de tierra, se convirtió en una serpiente de sangre que saltaba
entre las montañas.
Las sombras buscarán ahora una nueva tranca. De ella no se podrá
huir.
La tranca.
Por Santiago Contreras Soux,
Marzo 2007
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