ARTES VISUALES, ARQUITECTURA, LITERATURA, PENSAMIENTOS

ON ARCHITECTURE, VISUAL ARTS, LITERATURE AND MORE...

Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.

lunes, 24 de febrero de 2014

PINTURA CORTO PUNZANTE


Descansa en el rojo, en el rojo, por favor encuentra el descanso. La pintura roja se parece a la sangre, como la sangre se parece al carmín. La pintura es hecha con sangre, ¿se la busca como herida? Continúa el plazo, se atrasa la entrega, se alienta al artista y el plazo se vence. La desesperación se hace intolerable y la comida mengua, como si no hubiera resplandor en las ideas. La fecha límite se acerca y el color rojo todavía no ha encontrado madurez total. Se le pregunta al artista, qué piensa hacer con la falta de motivación, emotividad, reflejos, rapidez, efectividad. Dice que no tiene la mente clara, que una nube le ha cegado, que le faltan ideas, que no se siente inspirado, que el mundo es un mierda, que no tiene con quién calmar el llanto de su alma en pena, que no tiene las respuestas, que no las quiere tener, que se mure por decirle al mundo cómo ha estado sufriendo, o mejor, no. Se queda quieto, piensa en el color rojo que ha estado preparando, ése color que puede ser parte de la creación divina, no cree en dios, pero le teme, eso le han enseñado. No tiene paradero, no quiere tenerlo, no le gusta la compañía humana, y aún así, su arte se debe a su interacción con los otros. Se calma, había gritado mucho, derrama el rojo sobre el bastidor y no le alcanza. Tendrá que preparar más, pero teme no igualar el tono exacto, debe ser el mismo color, sin ninguna diferencia, sin absolutamente ninguna diferencia de tonalidad. Le teme a la perfección, así como a la mediocridad. Quiere ser Dios, o como una especie de ser divino, pero sabe que sus poderes sólo alcanzan para manifestar sus sueños, sus anhelos, su atormentada realidad, su obsesión por aquellas cuatro chicas, de aquella última que no logra sacar que se ha clavado como un cuchillo en su corazón, sin dejarlo vivir, disfrutar, tener placer. Se repliega en pensamientos añejos, sobre la primera chica de la que se ha enamorado, el rojo brota de sus ojos, aquella pequeña figura, sigue ahí dando vueltas en su cabeza, manifestada como una sombra, al alcance de su mano, de su rostro, pero aún así, completamente ambigua, representando a la totalidad del género femenino, a quienes teme y a quienes adora. Si mezcla bien el color rojo de su gran balde de pigmentos, logrará conformar un patrón de tonalidades únicas, como la sangre que lleva dentro, como el hervor de su propia pasión. Desnudado al fin. Ya no estarán en su cabeza todas aquellas personas de las que ha tenido que separarse para sufrir menos, el dolor es intenso en ese sentido. ¿Será la mediocridad del corazón una parte de esa mediocridad que tiene el país? Se lleva la mano a la barbilla, siente la barba a medio crecer y entiende por fin que lo que debe hacer es dejar de buscar a la persona indicada, dejar que ésta se acerque y caiga en una trampa. La desesperación repentina lo abraza y se agarra la cabeza, si se la pudiera quitar, lo haría, sin duda de ello. Se sienta mira a su alrededor, las paredes blancas machadas de diferentes colores, principalmente de negros y blancos que se entrecruzan unos con otros, forman grises, y en medio de todo algunas manchas de otros colores que eventualmente se encuentran en el bastidor para armar un entramado de pequeñas porciones de componentes químicos, Qué increíbles los colores. Mínimas composiciones químicas que unidas elaboran lo más bello de la tierra, el color. Sustancia de indescriptible belleza, pobre el que no ve, para maravillarse con ellos, liberado también del terror, alberga en su corazón un oscuro deseo por lo bueno y lo malo. Por lo hermoso y lo grotesco, la tentación de ver, puede hacer sucumbir hasta el alma más pura, es un arma de fuego en la boca, es la bala incrustada en el corazón, porque no es la mente la que sufre sin colores alrededor, es el corazón, la pequeña esencia de la que todos se hacen más o menos humanos, en un sentido bastante siniestro. Le aterrorizan que alguien le quite los ojos, que una bestia en un impulso completamente natural le extirpe aquello con lo que él se hace más divino, esa parte de su cuerpo que lo acerca más a Dios, por así decirlo. No cree en Dios, pero aún así, está seguro que en la belleza se esconde lo divino, lo sorprendente, lo que enciende el alma de las personas, ahí, en ese color rojo que está preparando. Sólo para ser visto por los afortunados que pueden utilizar adecuadamente sus ojos.  Son heridas que quedan, es egoísta y mezquino, no se trata de producir un bien de mercado, el arte va más allá; debe encender lo que la gente común no logra prender. Es como el fósforo; para el hombre que sólo prende fuego con las chispas que son emanadas de dos piedras chocando. Evita la fricción. Evita la violencia y asegura el comunicado. El resplandor. El resplandor, busca el resplandor en las almas de la gente. El rojo enciende, el rojo es sangre, es herida y es dolor, es muerte y angustia, pero también pasión y fuerza animal. Da placer, es la carne, la tentación, son las mujeres con sus cuerpos hermosos, las mujeres, sus niños, la reproducción, es el sexo, pero sobre todo, la herida, la herida en el alma. Y en la dulce y atractiva emancipación, liberado de la sociedad, sin dogma ni paradigmas, caminando completamente desnudo estaba deseando estar el artista, lejos de toda pretensión, lejos de toda evocación y de todo deseo. Cercano al placer, a lo que le causa a uno un profundo y completo placer, respirar hondo, exhalar, el aire impuro, las risas ya no importan; la muerte se apodera de uno. Lloran los seres queridos, lloran los amigos, lloran los desconocidos, lloran las amantes, lloran las antiguas amantes, lloran las mamás, lloran los papás, lloran los hermanos, lloran las abuelas, lloran. Salta el artista completamente agradecido, añorando alejarse, simplemente alejarse de la maraña de manipulaciones y engaños que lo rodean. Se abraza a sí mismo y exclama gritando: ¡Yo me amo a mí mismo con mucha, tal vez demasiada, intensidad! ¡Yo me quiero! ¡Yo me voy, lejos, para encontrarme, para dejar atrás, para olvidar! Y se va caminando, pensando en las que no lo supieron encontrar, en las que no tuvieron la delicadeza de hacerlo renegar. Porque reniega. Reniega ahora, porque el color rojo se mantiene extraño, fuera de foco, lejano a su aveza. Se ha olvidado, el arte te da mucho, pero como el diablo siempre vuelve para cobrar. La soledad, sí, la soledad es también un demonio que a uno lo agobia, el engaño, la despedida, los ideales, escapar de la sociedad. ¿O sólo se escapa de sí mismo? Vierte más pigmento en el pocillo de mezcla ya bate suavemente, hasta que el óleo se va diluyendo en el aceite, haciéndose más suave, más líquido, y sin embargo, más impuro. Pierde consistencia, pierde solidez y firmeza, se hace débil; frágil. Embestido por los demás colores, y ahí, en el lienzo se olvida que es un color lleno, agraciado, olvida su facultad de sobrecoger. Se estanca en la vastedad del blanco, adaptándose a él y sus innumerables hendiduras. Recorriendo los canales, dejándose chorrear, gotear, como la sangre que cae de una herida mortal. Pintura roja, que matas, que causas dolor, que provocas ira y arrepentimiento. La mezcla tiene grumos, no son buenos para la pintura, ya que ensucian, se trata de una obra sobre la limpieza, sobre lo puro, sobre el dolor en su estado más puro e intenso. Es una obra sobre lo que no está dicho, sobre los sueños no alcanzados y sobre las heridas que siguen brotando del alma, es rojo en el cuerpo, rojo en la mente y rojo en el alma, rojo en el corazón. Se le tiene miedo, ya que hace pensar. El artista se da vuelta y mira a su alrededor, pronto estará rodeado de espectadores, el cuadro deberá batirse sólo en la inmensidad de los diferentes personajes que lo van a ver, juzgar, disfrutar, amar, odiar, respetar, temer. Vierte el contenido del recipiente sobre el bastidor, lo esparce con brochas, lo para y el goteo comienza, dibujando líneas uniformes, que sólo viéndolas desde muy cerca presentan ciertas deformidades. Sólo conociendo a fondo la pintura lo va a lograr; encontrar sus anomalías, al final, por más artificial que sea su creación, siempre la naturaleza obra de maneras que no se pueden preconcebir, que no estaban previstas. Ya no es el sujeto quien controla la realidad, son los objetos, autónomos; la naturaleza, por meras leyes físicas, incorpora en el entorno, lo que lo moldea a uno y a su obra. Artista y obra dejan de funcionar como entes autónomos en pleno control de sus intenciones, deben aceptar la condición básica bajo la cual todos los objetos y sujetos en la tierra se rigen: la muerte. Roja es la herida que sangra, roja es la sangre que emana, rojo el ardor del deseo sexual, rojo el color de la piel cuando siente contacto físico, roja es la vida; pero también roja la muerte, la herida. El artista contempla su obra, está contento al fin. La obra funciona sola y es estable, se siente orgulloso, peca de vanidad, de una cierta dosis de soberbia, sí es soberbio, por naturaleza soberbio, y más aún sabiéndose más que los demás. Sabe de sus capacidades, pero más allá de las mismas, queda aislado, mutilado del mundo, soberano de sí mismo, pero aislado, completamente descartado. Se sabe interesante, un fruto sabroso de la creación, íntegro en muchos sentidos, adolorido en otros, físicamente aceptable, pero conforme. Sabe a quién pertenece su alma; a quiénes se debe, a quienes les debe.
La pintura se quiebra. El artista llora. El rojo se consume. El color se apaga. El cuadro llora, lágrimas incoloras, ya no hay rojo, ya no hay herida. Ya no hay rojo. Ya no hay herida.


Santiago Contreras Soux, Octubre 2009

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