ARTES VISUALES, ARQUITECTURA, LITERATURA, PENSAMIENTOS

ON ARCHITECTURE, VISUAL ARTS, LITERATURE AND MORE...

Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.

lunes, 24 de febrero de 2014

OTRAS VIDAS



El corrió. Corrió por el campo de papa recordando todo.

Tiempo atrás, cuando él era una niño, su madre le solía decir que no pise las plantaciones, que si no, no podría haber cosecha, y si no había cosecha, no iban  poder comer, y si no podían comer se iban a morir de hambre. Su familia tenía una granja en las afueras de la ciudad. El terreno quedaba en una localidad en el campo.
Ahí hay muchas vacas y ovejas; además, en casa de la abuela se puede jugar con los otros niñitos de la granja. Los niñitos no tienen la ropa limpia y apestan a abono. Mi mamá dice que el abono es malo para la salud por que es caca de oveja, pero yo no le creo a mi mamá, ella sólo quiere hacerme asustar.
Como aquella vez, en la que caminado por las calles de se encontró con una persona que no parecía ni vivo ni muerto. El hombre lo miró con una sonrisa, cosa que lógicamente extrañó al diputado que, sin dudarlo, siguió de recto por la angosta calle del centro de la ciudad.

El hombre corrió sin parar, su paso era rápido como el de un caballo, su desesperación inmensa, las preocupaciones le rondaban la mente. No podía dormir.
Había pasado  muchos días bajo la sombra de las casas divagando sin un destino, pensado todo el tiempo, sus pensamientos  lo abrumaban...

YO NO LO HICE, yo no la maté, no maté a nadie, ningún empleado de banco puede hacer eso... no, yo no lo hice... ¡NO!  Él había estado ahí, lo sabía, había estado en ese cuarto la noche de su muerte y lo tenía claro. La sangre fue derramada en ese cuarto, él lo sabía, lo había visto con sus propios ojos. Como el testigo que no vio, pero que vio en su corazón, como el asesino que se convence que no hizo nada. El había estado ahí.
El arma asesina se le introdujo en el pecho. Inmediatamente, el hombre cayó en esa noche de verano copada de lluvia densa, desangrándose pecho arriba recostado sobre su cama, ahora teñida de rojo...
Al recibir a su hijo aquella noche lluviosa, con el rostro colmado de felicidad, la madre derramó lágrimas color rojo. Su hijo había nacido. Se llamaría Zacarías. Luego, le dirían en la escuela carnes frías. Era un niño muy lindo, de tez blanca, que les hacía recuerdo a los presentes a la cara del Niñito Jesús en los cuadros que tenían en casa.
El recién nacido fue trasladado la día siguiente a casa de sus abuelos, lugar donde desarrollaría su niñez y su posterior adolescencia. Cuando conoció el poder del alcohol en las venas y el placer de la lujuria, su vida no había sido la que sus padres habían querido para él, pero desde que se marcharon del mundo para siempre, él se perdió en sus cosas, las pesadillas lo agobiaban y sus pensamientos lo martirizaban, todo empezó a sus quince años, la noche de su cumpleaños, cuando se desmayó en frente de todos.

Todo empezó a sus quince años. Las pesadillas y el martirio. Su propia muerte....

El viejo se recostó en una hamaca, tan vieja como los harapos que llevaba puestos, destruida, inservible, prácticamente rota. Dañada y sucia. En el lecho de su vida, el viejo se sentía tan agobiado como siempre, sólo que ahora sentía algo más, algo extraño a sus pensamientos.
Él había permanecido por mucho tiempo en esa casa que ahora se derrumbaba ante sus ojos, que casi ciegos, sólo notaban la sombra del techo. Pero oía cómo las paredes crujían de dolor, cómo el techo se resquebrajaba poco a poco, y pedazos de la casa se desprendían suavemente y caían como plumas al suelo. Él podía sentir el desfallecer de su vida y de todo aquello que tuvo. Detrás suyo, en el olvido, aquel valle seco se moría junto al anciano que descansaba agonizando en su hamaca deshilachada.
Tiempo después murió; algo le cortó el cuello y murió. Murió, pero no en paz. Lo abrumaban una vez más esos viejos pensamientos que pasaron a recogerlo.

La vida en la ciudad se hizo difícil y el diputado fue despedido de su trabajo. Tenía enemigos y la navaja le pasó por el cuello. Murió desangrado en su habitación, con un olor fétido a putrefacción. Había venido por él, lo sabía, había estado esperando ese momento. Lo supo cuando empezaron a volverle los pensamientos y las pesadillas, llegaba su momento, su hora fatal.

Todos habían muerto así.

Siguió corriendo, y corrió, llegó a los vastos senderos que daban a las montañas. Escaló. Corrió, con todo lo que pudo, corrió. Legó a la cima de la montaña. Corría.
Lo perseguían. Lo perseguían. Los otros, los otros muertos... Siempre fue así, tenía que morir así, los otros ya no vivían. Habían venido por él...

Corrió. Lo alcanzaron. Su sangre se derramó en la montaña, una montaña que también se teñía de color rojo. Ensangrentada...


Cuando despertó, sintió como si hubiera nacido de nuevo, como si hubiera vivido eso antes.





Santiago Contreras Soux, Febrero 2004



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