ARTES VISUALES, ARQUITECTURA, LITERATURA, PENSAMIENTOS

ON ARCHITECTURE, VISUAL ARTS, LITERATURE AND MORE...

Trabajo multidisciplinar para construcción de obra y discurso.

lunes, 24 de febrero de 2014

EL SORDO



¡Podía oír!... ¡Podía oír!...

Ahora podía oír. Años atrás, cuando nació en su cuna de papel, en un baño de almas y sangre, él no oyó nada. Nunca conoció el sonido, la dulce música que te llena de zozobra, el cantar de los pájaros. Esa dulce sensación que dicen los otros que es escuchar, escuchar, escuchar… él no podía. Era su martirio, su penitencia.
            Los médicos le indicaron por escrito que nunca podría oír ni una palabra que salga expulsada de aquel socavón. Para él no había salvación. Lo escribieron los médicos, sus padres, abuelos, amigos. Era un parásito que lo comía por dentro, el no poder escuchar. No conocía, era un ignorante.

¡Ahora podía oír!

Estaba sentado en un banco del parque. Empezó a sentir, a doblegar la razón y la lógica hasta quebrantarlas. ¡Podía oír! Sentía el placer de observar el sonido, de contemplarlo.  Lo podía tocar; palpaba el canto del viento como si fuera una roca. Se bañaba en él. A un extremo suyo se oían las risas de los niños como la expresión artística que condujo a los pintores a componer sinfonías de paisajes. Aquellas risitas alegres, cargadas de un tono melancólico, de aquellos que lo han tenido todo pero que extrañan ese todo que alguna vez tuvieron y que no reconocen el todo que tienen en ese momento. El paso de los señores que llevan los años consigo, que han conducido su vida a través de un sendero que pende de las rocas que crecen boca abajo y sujetan aquellos caminillos. Lo oía todo. Sentía el sonido. Palpitaba en su corazón, ese detonante. Lo impactaba. Era bello. ¡Podía oír!
Corrió, corrió a avisar a su gente. Corrió hacia el bar donde ellos estaban. Rodeado de la música de los autos, las calles llenas de gente que hablaba, que murmuraba secretitos para ocultarlos de otras personas que ambulaban sin sentido por las calles, para que éstas últimas -curiosas y chismosas- no transmitan el secretito de la gente que hablaba en voz baja.  Podía escuchar todo.
Dobló a la esquina, llegó a la Max Paredes. El sonido de los autos, que nunca antes pudo imaginar, ahora estaba en frente de sus oídos que, atentos, se asombraban ante un estrépito que pensaron que iba a ser distinto. Por fin conocía los bocinazos y su estallido que penetraba como un machetazo hacia su cerebro.

Ya no le gustaba tanto… el sonido.

Vislumbró la esquina donde, en uno de esos bares de poca monta, sus amigos tomaban unas “chelas”, excitados porque se avecinaba un conflicto. Pretendía cruzar y un trueno le entró por la cabeza. Casi lo atropellaron.  La gente hablaba. Unas viejas discutían acerca del futuro de sus hijos y una de ellas reconocía que no había sido lo suficientemente valiente como para enfrentar a su esposo. Gritaban. Un peatón exclamaba en voz alta “este país es una mierda”. Todos gritaban, parecían fantasmas vagando por las calles rodeados de historia, de cosas, de tecnología. Él sólo quería oír.
Cruzó la calle. Entró al bar. Sus amigos lo vieron. Estaban borrachos, comían y bebían. Había unos ruidos extraños dentro del local, que lo aturdían, que sonaban como una suma de sonidos sin coherencia. No como la de aquel chiquito que cantaba en el parque.
El hombre se sentó en una de las sillas de metal.

Los podía oír…

Los quiso saludar, pero no le oyeron. ¡NO LE OYERON! Siguieron hablando, riendo a carcajadas consumidas por el aliento de alcohol que llevaban en el alma destruida. Los volvió a saludar. NO LO VEÍAN.
Esas risas lo empezaron a poner nervioso. El masticado del pollo lo destrozaba. Sentía una sensación de putrefacción que salía de esa boca. Abrían los dientes. Crujían los huesos. Resonaban los sorbos, como trombones en un concierto de truenos. Afuera había una tormenta de explosiones, truenos que se desprendían de una turba de gente que llevaba unos tubitos con mechas. Sonaban ráfagas de policías con armas. Adentro… ¡Oh no!  Los murmullos, las carcajadas, gritaban, aullaban se estaban burlando de él. ¡POR DIOS QUE PAREN DE HABLAR! Se tapó los oídos, pero le entraba todo perfectamente. Era un TORMENTO. ¡NO QUIERO OÍR!

¡Podía oír! Oír su muerte llegar, no lo dejaban vivo. ¡Maldito sonido!

Los volvió a mirar, y vio…  vio LA NOTICIA DE SU MUERTE, que aparecía en la primera plana de un periódico sobre la mesa. Su MUERTE… HABÍA MUERTO, se llevaron su vida y su sordera.

SU SORDERA FUE SU VIDA, EL SONIDO SU MUERTE.







Santiago Contreras Soux, Abril 2004

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