Al principio sólo eran tres.
Luego, el mar se los llevó y no quedó ni uno. Eran
tres y eran tantos. Y tan pequeños. Los últimos ojos de mi vida.
Al principio eran sólo tres. Tres para uno, uno con
todos y para todos. No eran iguales, eran tres. Tres distintos. Desiguales.
Pero eran tres. Y eran felices, luego el viento se
cargó con ellos. ¿O era el mar? De ello
ya no se hable.
Los tres dejaron un día de estar. Y no se habló más de
ellos. El dolor era demasiado intenso. Las oraciones no los devolvieron. Con el
tiempo los olvidaron. La marea se llevó los últimos recuerdos. Desde entonces
se quedaron solos, sin los tres. Se quedaron abrumados por su falta. La soledad
en que se vieron envueltos los abrazó. Los tres estaban lejos.
Al principio eran tres. Tres tan inocentes y tan
ingenuos. Tan llenos de vida y regordetes. El hambre cargó con sus barrigas.
Pero aún así hablaban. Cantaban. Reían. Corrían. Pero nunca nadie les dijo qué
era lo que tenían que hacer cuando crezcan. Luego los tres desaparecieron.
Lluvia, llanto, cenizas y luces prendidas hasta el
amanecer. Largos momentos de silencio, en caso que sus pasitos sean delicados y
tiernos. Noches de vigilia esperando volver a verlos. A los tres.
Verlos tan felices de estar juntos.
Y no se despidieron. Los extrañamos todos los días.
Los echamos de menos, a los tres. Tan
débiles y pequeños. Tan niños. Se fueron y no vuelven.
Se los llevó la marea…
Esperamos ansiosos el día en que regresen. Los tres.
Juntos, de la mano. Con sonrisas pícaras en la cara. Tal vez con unas lágrimas
en los ojos por la larga ausencia. Tal vez con unos recuerdos de sus aventuras
por los mares y tierras desconocidas. O quizás con historias
de mundos lejanos y criaturas del más allá.
Se los llevó el mar. De eso estoy segura. A los tres.
Orgullosos en sus botes. Adentrados en el infinito. Buscando la mano de Dios. ¿La
habrán encontrado?
Yo los espero todas las noches junto al puerto. El
farol inmenso de la bahía me los va a mostrar. Llegarán una noche de luna llena
y las velas de sus tres botes brillaran, como tres soles en la oscuridad.
Atracarán y me saludarán. Con sus sonrisas eternas. Sus miradas perdidas en
nosotros. Los tres.
Los esperamos, los extrañamos. Algún día me dirán…
Hemos vuelto mamá, ya no tienes que llorar.
Y lloraremos de felicidad tú y yo cuando nos
encontremos de nuevo, cuando la marea pase y el dolor no sea tan profundo.
“Hemos vuelto…
Santiago Contreras Soux, Septiembre 2007
A mi mamá
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