Lágrimas en los ojos. Se
sacude el cabello. Su cabello es suave y negro. Es lacio, pero está desordenado.
Se frota los ojos con esas manos sucias y sangrientas que trae consigo. Sus ojos sombríos parecen
perderse en un infinito lejano y distante. Su mirada por esa razón es sombría,
cómo si cargara una carga demasiado pesada. Un ambiente oscuro y perturbado la
rodea. Sombras y restos de un pasado del que ella no puede hablar.
-Sin embargo es la mujer más linda que he visto en mi vida – piensa el
meditador, el hombre que carga la palabra.
“Querida mujer de los cabellos largos:
Espero que me recuerdes. Espero que tu memoria me retenga. Espero que luego
de tanto tiempo de haberte esperado respondas que sí.
Me paré en la lluvia, en el sol, frente a tu puerta, frente a las clases de
costura barata que tus padres te obligan a tomar.
He sido tu guardián y tu protector. Cuando quisieron robarte, lo impedí.
Cuando quisieron violarte estuve ahí para darles una golpiza. Estuve ahí para
denunciarlos. Estuve ahí para evitar que te lastimes. El día en que casi te
atropellan, me puse frente aquel camión y me atropellaron a mí. Cuando estabas
por tropezar con esa raíz que siempre crece en la esquina de tu casa, le di una
lección a esa raíz haciéndola cavar hasta el fondo de la tierra para que vaya a
molestar a otras personas.
Estuve ahí y sin embargo no pudiste verme. No puedes verme. Muchacha de los
cabellos lacios.
Tu guardián…”
Su mirada se perdía en el infinito. Pensó haberlo visto. Había recibido las
cartas de su guardián. Lo quería conocer, le quería agradecer, lo quería besar.
No. No lo quería besar. Eso no sería correcto. Lo correcto sería pensar que no
existe.
-No existes- piensa la muchacha. Nunca vas a existir.
Cuando naciste te fui a cuidar. Eras una niña cuando tuve que estar ahí
para ti por primera vez. Tus padres se olvidaron de cuidarte. Con los años has
crecido. Ahora ya eres una joven mujer radiante como las montañas que rodean tu
ciudad.
Eras una niña cuando caíste por primera vez. Yo me paseaba por el
vecindario. Acababa de perder mi anterior trabajo. Este nuevo me cayó por obra
del destino. ¿Recuerdas qué sentiste una mano sujetarte, evitando que tocaras
el suelo? Al día siguiente volviste al mismo lugar para convencer a tus primos.
Y de nuevo no lograste tocar el suelo.
“Vuela. Ella vuela”
Tuve que desparecer un tiempo. Si me descubrían, tal vez nunca iba a volver
a verte. Mi trabajo ahora era ilegal. Las nuevas cortes lo prohibían…
¡Malditos!
Y luego fuiste creciendo y volví a aparecer. Aunque siempre había estado
ahí cerca. Evitando que te sucedan cosas. Eventos. Sucesos. ¿Te habías dado
cuenta no es cierto? Siempre lo sospechaste. Me mirabas a los ojos y no me
podías ver. Pero sabías que estaba ahí. Este castigo de no poder tocarte me
quitaba las ganas de trabajar. Por eso me hice presente un día. Me viste. ¡Yo estaba ahí! Detrás de la ventana. Me
viste, lo sé. Me viste y yo te vi.
Se dieron cuenta. Está prohibido.
La chica ahora se da la
vuelta. Y logra ver una sombra que se le aproxima, pero ésta desaparece
repentinamente. Detrás de ella un camión gigante se aproxima. Ella segura de
que la van a salvar, no se mueve…
Me lo habían prohibido. Me encarcelaron. Perdóname.
La entierran, sus padres
lloran. Se sacude el cabello. Su cabello es suave y negro. Es lacio, pero está
desordenado. Se frota los ojos con esas manos sucias y sangrientas que ahora trae consigo…
Santiago Contreras Soux, Julio 2005
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