Tal vez un día lo encuentren, vestido con su pantalón de trapos y su
camisa percudida, con una corbata color verde y un sombrero de terciopelo, una
gran sonrisa y unos ojos enormes y radiantes.
Tal vez un día se den cuenta de su valor y de su historia.
Tal vez un día lleguen a verlo a la cara y decirle, lo mucho que sienten
que tenga que vivir en agujeros en las paredes.
Tal vez un día lo vean y se miren al espejo. Ese día, él, en sus
pequeños formatos, correrá y les entregará un pedazo de su piedra.
No temas, le dijeron una noche
que no podía dormir. El niño vendrá y te hará dormir.
Nunca lo pudieron ver de día. Y esa noche tampoco.
Las sombras de la noche se encienden, lo protegen de la luz. No le gusta
la luz, pone en riesgo su misión. Su trabajo es largo y dura casi toda la
noche. Él tiene miedo a ser encontrado mientras le pone paz a los sueños.
Solo, destinado a vagar por espacios degradados. Persigue los demonios
de todos esos niños que han sufrido y que no duermen de noche. Algunos lo
esperan todas la noches esperando que algún día se acuerde de ellos, ellos
también sufren. Sufren y no dejan de llorar. Plegarias para los que no duermen.
Plegarias para el niño de los sueños.
Se aparece entre las sombras, fusionando siluetas con muebles y
cortinas. Detrás de él, las vertiginosas ramas de los árboles se funden, en un
concierto de formas, con las imágenes de anhelos perdidos. Los niños por fin
pueden respirar. Busca en los cajones, busca en las gavetas. Los niños le
tienen siempre preparado un par de nuevos juguetes.
Luego se va y busca la paz. Se interna en su hogar, uno de apariencia
maltrecha. Uno que no tiene portada ni puerta. La imagen de su casa, muy pocos
la han podido ver, a veces se aparece en los sueños de los niños. Sólo unos
pocos mayores la han podido ver. Resplandece desde lo lejos, aparece iluminada
siempre por dos faroles que se retuercen, confrontados con la portada, que
tiene luz propia. La puerta tiene un vitral que es de colores. Llora cuando el
niño está triste. Se pinta de colores más lindos cuando el niño está feliz.
Nunca nadie logrará entrar.
El niño sale al atardecer, cuando lo último de luz todavía se filtra por
las ventanas de los vecinos. El niño recuerda los pasos que tiene que seguir
para llegar. Si no, se puede perder, todos los niños se pierden. Todos los
niños pueden perderse, es normal. Él también se ha perdido. Su caminata es
larga y eterna. Lo calma, lo prepara.
Tiene miedo a perderse y que no lo encuentren y que cuando suceda sea
demasiado tarde. Tiene miedo de que lo olviden en algún lugar. Nunca quiso que
le pasara.
Todavía llora por el día en que lo encuentren, mientras tanto seguirá
buscando al niño que lo regrese a su casa, como se lo prometieron. Nunca, nunca
te dejaremos…
Tal vez algún día alguien se acuerde de él, en sus ropitas. Tan callado
y tan ingenuo. Tan feliz.
Tal vez algún día alguien logre encontrarlo y llevarlo de vuelta a casa
para que pueda despedirse… Sólo tal vez, sólo un poquito tarde.
Santiago Contreras Soux,
Septiembre 2007
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